Te bendecimos, Padre omnipotente,
porque no sólo conoces y deseas
lo que es mejor para nosotros,
sino que en verdad lo realizas
por la fuerza soberana de tu amor
que todo lo crea.
Te glorificamos, Padre clementísimo,
porque antes que el mundo existiese
ya nos veías en tu Hijo Unigénito;
en él nos amaste sin límite
y por él dispusiste todas las cosas
para que, siendo conformes a él,
participáramos plenamente
de la vida abundante
que te es propia
desde toda la eternidad.
Te alabamos, Padre Santo,
porque gracias a la comunión
de tu Santísimo Espíritu,
una sola acción de gracias
resuena en todo el universo.
Tu Espíritu, que es principio de unidad,
generosamente presente en tus obras
–desde los ángeles del cielo altísimo
hasta las más pequeñas criaturas–
ha reunido toda la bondad de lo creado
y toda la gracia de los redimidos
en un sólo cántico de alabanza
para eterna gloria de tu nombre.
Te damos gracias, generosísimo Padre,
porque hiciste abundar la gracia
de tu Hijo Jesucristo
allí donde abundaron nuestros pecados:
con profunda compasión,
con sapiencia inescrutable,
con poder incomprensible
acreciste tus maravillas,
uniendo a los prodigios de la creación
la obra de la redención en Cristo.
En él reconciliaste todas las cosas;
por su Cruz destruiste la muerte,
por su Resurrección
nos diste nueva vida,
y llegados los últimos tiempos,
por la efusión del Espíritu de tu Hijo
nos concediste caminar
a impulsos de tu gracia,
llevando la Antigua Ley
hacia la plenitud de Cristo,
añadiendo unos dones a otros,
según la sola medida
de tu infinito amor.
Te adoramos, Eterno Padre,
por ser quien eres;
porque tu poder
ha sido fuente de bondad,
y tu sabiduría,
principio de misericordia;
porque tu designio
de salvación en Cristo
ha colmado la medida de tu justicia,
de tu santidad y de tu clemencia;
así has creado para ti un pueblo santo,
delicias de tu presencia en el mundo,
Iglesia congregada en Cristo,
nación a ti consagrada,
extendida por todo el orbe,
concorde en la confesión de una fe
y en el vínculo de una misma caridad,
a imagen tuya, Padre Santo,
y de tu Hijo y de tu Santo Espíritu.
Permítenos, pues,
cantar tus misericordias;
llénanos de tu claridad
y de tu mismo amor,
para proclamar dignamente
que tú eres santo,
y que, siendo ya admirable
en tus criaturas,
eres en tu divina esencia
superior a cuanto puede imaginarse:
más alto que la más alta adoración,
más grande que la mayor acción de gracias,
más hermoso que la más hermosa alabanza
infinitamente más perfecto que cualquiera de nuestras palabras.
¡Oh Padre!
Ya que sólo tú eres digno de ti,
permítenos unirnos plenamente
a tu Hijo Amado,
en quien tú te complaces;
concédenos que la unción de tu Espíritu
nos dé palabras inefables
y obras de verdadero amor,
para que nuestra vida,
ya desde esta tierra,
sea agradable a tus ojos,
y nuestras súplicas,
mientras aún peregrinamos,
sean conformes a tu voluntad.
¡Oh Padre!
Ya que nos has dado a conocer tu Nombre,
y no te desdeñas de llamarnos hijos,
haz que cada día crezcan en nosotros:
la obediencia
a la voz de tu Hijo,
la docilidad
a la acción de tu Espíritu,
y la firmísima esperanza
en tu poder inagotable,
para que al llegar el Día de Cristo,
cuando él te presente el universo
ya perfectamente sometido,
y él mismo se someta a ti,
en suprema y amorosa obediencia,
también nosotros nos alegremos
en su compañía
y la de sus santos ángeles,
y podamos cantarte un cántico
nuevo y eterno.
Así lo imploramos de tu piedad,
confiados en las obras de amor
que has mostrado ante nuestros ojos,
y en la perfecta providencia
con la que siempre
has atendido nuestras necesidades.
Glorifica, oh Padre, tu Nombre,
por Jesucristo, Nuestro Señor,
que contigo vive y reina
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.