Un Hombre había caminado durante largo rato por el bosque.
Lo único que buscaba era estar en contacto con cada detalle de la naturaleza para acercarse más aún a Dios.
Era un hombre sabio.
Como se sentía cansado se recostó contra un árbol y bebía de su vieja cantimplora en el momento en que apareció un ladrón que venía siguiéndolo.
– “Dame la piedra, vamos”, le urgió.
El hombre lo miró sin entender y le preguntó con mucha calma:
– “¿La piedra? ¿Qué piedra?”.
El otro pareció ponerse aún más nervioso e insistió:
– “La piedra preciosa”… “Anoche tuve una visión durante el sueño y se me dijo que si venía al bosque a esta hora iba a encontrar a un hombre como vos que llevaría una piedra muy valiosa que me haría rico y, por lo tanto muy feliz para siempre. Yo quiero ser feliz, así que dame la piedra”.
El hombre sabio pareció recordar y al mismo tiempo que hurgaba en su bolsita llena de pequeñas cosas le dijo:
– “la única piedra que tengo es una que encontré ayer entre unos arbustos. A ver, a ver… Esta es “; y le largó un diamante enorme que parecía tener luz propia.
– “¡Esa! “, dijo el ladrón, “es un diamante como jamás se ha visto. Dámela”.
– “No hay ningún problema”, dijo el hombre sabio, “es un diamante sí, pero no tengo ningún inconveniente en dártela si te hace feliz”.
Le largó la joya que el ladrón tomó ávidamente para salir corriendo hasta su aldea.
Al llegar a su casa la tuvo en sus manos por largo rato, codicioso, y luego se fue a dormir. Pero no pudo. Algo le desvelaba por completo.
Apenas amaneció fue a la casa del hombre sabio, que dormía con mucha placidez.
Lo despertó y le dijo:
– “No me importa la piedra. Dame, por favor, esa paz que te permite desprenderte de un diamante como este con tanta facilidad…..”