Sigo esperando ese día,
que ha de llegar una vez,
cuando te mire, María,
y tú me mires también.
Dejando atrás esta vida,
alguna vez partiré;
y entonces, Madre Bendita,
por fin te podré ver.
Mi alma ya no te olvida,
Virgen de Nazareth:
se la llevó Dios prendida
cuando te quiso con El.
Así el Señor lo quería,
el Dios de todo poder:
hacerte primero su hija
y luego, su Madre también.
¡Y qué bella tu alegría,
y qué fecunda tu fe!
¡cómo es hermoso, María,
verte tan cerca del Rey!
Amén.