Dios y Padre nuestro,
que nos mandas escuchar
la voz de tu amado Hijo
y Señor Nuestro Jesucristo,
concédenos la gracia
de tu Santísimo Espíritu,
para que, siguiendo a tu Cristo,
permanezcamos ante ti:
con oído atento,
con ánimo humilde y obediente,
con corazón quebrantado y humillado,
con espíritu filial y amoroso,
con mente limpia y dispuesta,
con alma generosa y perseverante,
de modo que la palabra de Cristo
habite con toda su riqueza
en nosotros:
como luz en el camino,
como bálsamo en las heridas,
como esperanza en las dificultades,
como reprensión en los pecados,
como alabanza en las alegrías,
como cántico en la gloria,
que en ti gozosos proclamamos
y que de ti confiamos también recibir.
¡Oh Padre Bueno!,
que Jesús renueve su misterio
en nosotros:
su voz apacigüe nuestras iras,
levante nuestros desánimos,
sosiegue nuestros temores,
purifique nuestros deseos,
eleve nuestros pensamientos
y se haga voz en nosotros:
para recordar siempre tus maravillas,
para cantarte,
para glorificarte,
y para decirte con él
que tú eres nuestro Padre,
y que a ti, con Cristo, en el Espíritu,
se debe todo honor y alabanza,
hoy y siempre,
y por los siglos de los siglos.
Amén.