Juan Pablo II: “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo”
Karol Wojtila tenía muy claro desde el principio de su pontificado que la verdad sobre el hombre era de algún modo el nudo central de las cuestiones relativas tanto al ser como a la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo.
Su encíclica programática Redemptor Hominis (1979) tiene ya en su título el mensaje que sería central durante el largo y fecundo servicio del Papa polaco: desde el principio se habla de “el hombre,” pero un hombre que necesita, que aguarda y que puede abrirse al don que le trae su Redentor. Viene así a cerrase la puerta a un humanismo puramente intramundano, pues, como gustaba de repetir Juan Pablo II, citando una frase de Gaudium et Spes, n. 22, “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo.”
Queda descartado entonces que puedan explicarse la Iglesia y su misión en términos de un humanismo secular, pues, con un giro argumentativo magnífico, este Papa viene a decir que no existe ese hombre “secular”: es una abstracción, una pura creación mental nacida de una hipótesis que descalifica el llamado a la trascendencia que el mismo ser humano tiene por naturaleza. Sin referencia a esa trascendencia el hombre queda disminuido y prisionero: mal puede pretender explicar su propio ser, y menos juzgar de quienes, con su fe, anuncian la posibilidad de trascender. La propuesta resulta incluso más fuerte viniendo de un hombre que conoció en carne propia lo que significa ser oprimido por un régimen, el comunista, cerrado a la dimensión espiritual.
Obrando así Juan Pablo II vino a marcar una línea de interpretación que dejaba abiertos los caminos para las innegables riquezas de los documentos del Concilio Vaticano II. Una vez asegurado que el hombre, por una parte es necesitado de salvación, y por otra ha sido amado sobre toda medida en Cristo, la Iglesia recobra el sentido mismo de su existencia: es plenamente “sacramento universal de salvación,” como la llamó el mismo Concilio (Lumen Gentium, 1).
Juan Pablo II siguió este mismo criterio hermenéutico al abordar toda clase de temas diversos, incluyendo los más polémicos de su pontificado, como la Teología de la Liberación o la presión a favor de la ordenación de mujeres. En el primer caso la solución fue inscribir el tema de la liberación en un subtema de la Doctrina Social, como parte a su vez del conjunto de la Teología, que brota de la Palabra, está bajo el cuidado del Magisterio, y todo lo que de allí se sigue. En el segundo caso, la solución fue recordar que la Iglesia no es dueña de un poder que Ella se dé a sí misma, y que por consiguiente no puede considerarse autorizada a ir más allá de su Fundador.
Por supuesto, estoy resumiendo demasiado dos controversias que ocuparían cientos de páginas, pero para los propósitos de este escrito es suficiente ver que el magisterio de este Papa no iba a permitir que una comprensión puramente secular del hombre viniera a determinar cómo debe ser u obrar la Iglesia. Por eso él sintió que no se podía ceder a la presión de los métodos meramente económicos de análisis social, ni tampoco dar espacio a una antropología minimalista que ve al ministerio ordenado como una “función” dentro de una red de relaciones humanas.