Pablo VI: “La Iglesia Existe para Evangelizar”
Cuando Pablo VI se dirigió a la Asamblea de las Naciones Unidas, en su alocución del 4 de Octubre de 1965, no quiso explicar la Iglesia. Predicó la paz, anunció la humildad, y sobre todo mencionó claramente a Jesucristo; como inspiración, es cierto (y son muchos los que pueden inspirarnos), pero más que eso, como fundamento.
Su manera de concluir no deja lugar a dudas:
En una palabra: el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo. Y esos indispensables principios de sabiduría superior no pueden descansar–así lo creemos firmemente, como sabéis–más que en la fe de Dios. ¿El Dios desconocido de que hablaba San Pablo a los atenienses en el Areópago?(Hch 17,23). ¿Desconocido de aquellos que, sin embargo, sin sospecharlo, le buscaban y le tenían cerca, como ocurre a tantos hombres en nuestro siglo? Para nosotros, en todo caso, y para todos aquellos que aceptan la inefable revelación que el Cristo nos ha hecho de sí mismo, es el Dios vivo, el Padre de todos los hombres.
¿Qué le autoriza a afirmar frente a todas las naciones que la civilización moderna ha de levantarse sobre principios espirituales? En realidad él no da una demostración de ese aserto. Lo deja expuesto y sencillamente acota: “así lo creemos firmemente.”
Tampoco demuestra racionalmente otra propuesta de enormes repercusiones:
Sí, ha llegado el momento de la «conversión», de la transformación personal, de la renovación interior. Debemos habituarnos a pensar en el hombre en una forma nueva. En una forma nueva también la vida en común de los hombres; en una forma nueva, finalmente, los caminos de la historia y los destinos del mundo, según la palabra de San Pablo: «Y vestir el nuevo hombre, que es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad» (Ef 4,25). Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca como hay, en una época que se caracteriza por tal progreso humano, ha sido tan necesario a la conciencia moral del hombre.
Ya no tenemos a Pablo VI con nosotros para preguntarle por qué dijo “casi de oración”: ¿por qué sólo “casi”? En todo caso el Papa predicó en Nueva York ante la Asamblea de las Naciones Unidas. No dijo qué misterio había por dentro pero sí usó un lenguaje florido para expresar que tenía algo que decir:
Así como el mensajero que al término de un largo viaje entrega la carta que le ha sido confiada así tenemos nosotros conciencia de vivir el instante privilegiado —por breve que sea— en que se cumple un anhelo que llevamos en el corazón desde hace casi veinte siglos. Sí, os acordáis. Hace mucho tiempo que llevamos con nosotros una larga historia; celebramos aquí el epílogo de un laborioso peregrinaje en busca de un coloquio con el mundo entero, desde el día en que nos fue encomendado: Id, propagad la buena Nueva a todas las naciones! (Mt 28,19). Ahora bien, vosotros representáis a todas las naciones.
Aunque se trate sólo de un discurso de Pablo VI, y aunque aparezca la palabra conciliar clásica (diálogo, coloquio), todo esto muestra bien que el Papa ya no pretende explicar qué es la Iglesia para que el mundo la entienda, sino que hace que Ella obre desde su ser, algo así como exponiendo el ser en el hacer y no en palabras que puedan ser presa de otros.
Esa fue la estrategia de Pablo VI, al final de su pontificado, por lo menos: que la Iglesia revele su ser no hablando de él sino en su hacer. Suya es también esa frase que me fascina y enamora, y que va en la misma línea: “La Iglesia existe para evangelizar.” (Evangelii Nuntiandi, 17).