Un hombre adinerado pasaba las horas en un lago contiguo a su a su mansión. Cada día, veía en aquel lugar a un hombre muy pobre que vivía en una choza tambaleante.
Pescaba con un palo y una cuerda. Lo hacia casi una hora; pocas veces conseguía mas de dos pescados. Entonces se iba a su casa.
El tiempo pasaba y frustrado de tanto meditar, el rico se acercó al pobre:
-Disculpe, por favor, pero hemos pescado en este lugar por mucho tiempo, y siento curiosidad. Usted viene aquí diariamente, logra pescar muy poco y luego se dirige a su casa. Sólo me pregunto por qué no se queda un poco más de tiempo. Mire, si usted se queda cada día una o dos horas más, podría vender en la ciudad el pescado que le sobre. Conseguiría dinero suficiente para adquirir un vara mejor, y así tener una pesca considerable y tal vez pueda hacerse de un bote y una red. Pescaría aun más y podría hasta contratar un hombre y un bote adicional. Pronto no tendría que estar en el agua todo el día, sino que llegaría a ser el propietario de una gran empresa, la cual le dejaría gran cantidad de dinero. Entonces, fácilmente pasar sus días pescando sólo el tiempo que desee, haciendo lo que le plazca y sin preocupaciones.
Pero hombre, no entiendo -dijo el hombre pobre- ¡eso es precisamente lo que hago!