Cierto día, dos amigos entablaron esta simpática conversación:
– “No es cierto el Evangelio, la prueba la tienes en que se nos dice en él mismo que el Señor afirmó “pedid y recibiréis”, y yo te puedo asegurar que no es verdad.
El otro amigo respondía:
– “Te equivocas, Dios nos da siempre lo que pedimos como buen Padre”.
– “¿Qué quieres decir, que lo que yo he pedido no era bueno?”. Pues quiero que sepas, que pedí aprobar el examen de conducir, de eso dependía que me diesen en la empresa, un puesto de directivo en Alemania, con un alto sueldo, que me permitiría mejorar no sólo mi vida, si no la de mis hijos, darles unos buenos estudios, es posible, que ahora hayan de conformarse con aprender, un oficio. ¿Te parece que pedí algo malo?.
– No estoy seguro, pero lo que sé es que si Dios no te lo ha dado es que no era bueno.
Estaban casi a punto de discutir los dos amigos cuando la esposa del que no creía ni en la oración ni en el Evangelio entró en la sala en donde se hallaban éstos con un pequeño de unos dos años. La mujer tenía que salir, y dejaba el chiquitín al cuidado del padre.
– Aquí te queda la papilla ya preparada para que se la des y como tú eres otro niño, ahí te quedan tus pastillas no te olvides de tomarlas.
Besó la mujer a su esposo y a su hijito, saludò al amigo y salió de la casa.
Al poco tiempo, empezó el padre a cumplir el encargo de su esposa; pero el niño quería el tubo de las medicinas y él se lo sacaba de las manos, pese a oírlo llorar.
Fue entonces cuando su amigo se acerco a él y le dijo:
– Tu hijo no debe de calificarte de buen padre, te esta pidiendo ese tubo y tu te empeñas en darle la papilla.
– ¿Qué quieres, que mate a mi hijo?; ¿qué sabe una criatura lo que quiere?. Yo le doy lo que le conviene nadie lo quiere más que yo, ni él mismo porque es muy pequeño aún.
– Es decir, respondió el amigo, que tu sabes lo que conviene a tu hijo, y Dios no sabe lo que te conviene a ti. Dime: Jesús nos dice que, un padre nunca dará a su hijo que pide un huevo un escorpión, pero dime, si el hijo siendo niño chico, como es el tuyo, pide el escorpión en lugar del huevo. ¿deberá dárselo?
– No claro, fue la respuesta, pero yo no pedí ningún escorpión.
– Tal vez sí, pide a Dios que te de la gracia extraordinaria de comprobarlo.
Aquella noche, nuestro amigo tuvo un sueño: había aprobado su examen de conducir, única condición para su ascenso, era destinado como directivo a la central de Alemania, y dejaba a su esposa con dos niños.
En unos meses la mujer establecía relación primero de amistad con otros hombres, él por su parte hacia lo mismo. Resultado final: acababan divorciándose, uniéndose con otro hombre la mujer, y con otra mujer, él. El hijo mayor, que tenía 10 años cuando su padre se marchó para Alemania, no aceptaba la autoridad del nuevo “esposo” de su madre, y éste por su parte tampoco hacía nada por atender y velar a un hijo que no era suyo. El verdadero padre sólo lo veía en las vacaciones, y cuando podía pues tenía otros hijos. Tiempo después, el joven empezó a consumir drogas y alcohol, hasta que un día falleció a causa de una sobredosis.
El protagonista de la historia -acordémonos que él no era creyente- se despertó sobresaltado, sudando, con un sudor frió y lleno de pánico; beso amorosamente a su esposa, y le dijo:
– Mi amor, cuanto te quiero y cuanto nos quiere Dios a los dos, mañana vamos ir a darle gracias, porque no me concedió lo que le pedí, porque no me dio el escorpión”,
La esposa dijo que no entendía lo que decía pero que ya sabía que Dios los quería.
A la mañana siguiente coincidió en Misa con su amigo; se acerco a él y le dijo:
– Amigo tenías razón. Había pedido el escorpión, y Dios me dió el huevo.