El Papa quiere obispos que asuman más su rol profético
El 5 de noviembre pasado, con motivo de la visita ad limina de los obispos de Austria, el Papa Benedicto XVI exhortó al episcopado de ese país con palabras que son una invitación en línea con el ministerio de los profetas, los apóstoles y los mártires:
Por lo que se refiere al testimonio de fe, recordad que es el primer deber del obispo. ‘No me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios’, dijo el apóstol San Pablo en Efeso. Es verdad que debemos actuar con delicadeza, pero esa actitud no debe impedirnos presentar con claridad el mensaje divino, incluso en aquellas materias que no gozan de la simpatía general, o que provocan reacciones de protesta o incluso de burla, sobre todo en el ámbito de la verdad de la fe o de las enseñanzas morales.
Señales en la misma dirección parecen dar algunos obispos españoles que se han unidos a manifestaciones públicas y marchas, o que en sus declaraciones han salido en defensa de valores como la familia tradicional. En otra línea, se recuerda bien todavía la huelga de hambre del obispo franciscano Luiz Flavio Cappio, para impedir que el trasvase del Río San Francisco, segundo más importante de Brasil, dejara sin agua o encareciera excesivamente el agua de miles de campesinos. Al final, el gobierno de ese país aceptó reabrir la discusión sobre el proyecto en su conjunto.
También el Papa Juan Pablo II fue llamado un profeta de nuestro tiempo. Tal vez algunas personas estarán en desacuerdo con ese calificativo pero por lo menos tiene la virtud de mostrar que en principio no es el ejercicio del poder lo que descalifica el ministerio profético de alguien. “Profetismo” no debe ser asociado automáticamente con “estar en la oposición,” como si en esto se pudiera razonar al estilo de la política de nuestras democracias.
Una palabra con poder
La Biblia ciertamente da algunos criterios para discernir si un profeta es de veras profeta, y entre ellos sobresale, como hemos dicho, la fidelidad al Señor, una fidelidad que llegue al extremo de padecer por Él, si ese fuera el caso.
Sin embargo, hay algo interesante en Deuteronomio: es posible que alguien no sea profeta no porque sea infiel a Dios, sino porque dice cosas por sobreestima de sí mismo; cosas que no son invitaciones a la idolatría pero que tampoco se cumplen. Es lo que cuenta Deuteronomio 18,21-22:
Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que el SEÑOR no hubiere hablado? Cuando el profeta hablare en nombre del SEÑOR, y no fuere la tal cosa, ni viniere, es palabra que el SEÑOR no ha hablado; con soberbia la habló el tal profeta; no tengas temor de él.
Es decir que no todo falso profeta es de tenerle miedo. Algunos son sencillamente fanfarrones: se han sobreactuado en la valoración de sus propias capacidades o intuiciones y sus palabras han terminado desconectadas de los hechos reales. O dicho en lenguaje bíblico: su palabra “no se cumple.”
Yo tengo la impresión de que esa perspectiva es muy actual, y muy útil además. Lo que veo de fondo aquí es la diferencia entre una palabra simplemente verdadera y una palabra que además de verdadera es “poderosa.” La palabra del Señor no es sólo verdad, es una verdad que se mete con la mentira de mi vida, la combate, la vence, la expulsa. La palabra del profeta, del verdadero profeta, participa de la eficacia misma de la Palabra creadora.
Muchas homilías y catequesis creo que carecen de ese poder, de esa capacidad de, primero retratar, y luego transformar la vida. Son palabras ciertas, con la certeza fría que puede tener una ley física; pueden incluso ser palabras bellas, con la belleza gélida de un teorema geométrico, pero eso no basta.
Ni siquiera basta con anunciar desastres sociológicos que son de suyo evidentes. Decir por ejemplo que Europa va mal porque sus índices de natalidad van a entrar en conflicto grave con los planes de pensión y retiro, y ello a su vez colisionará con el nivel de gasto y la tasa de inmigración, decir todo eso no es ser un profeta: es ser simplemente sensato. Las huelgas en Italia, los miles de automóviles incendidados en Francia, las incertidumbres políticas en Alemania, los espantosos videos de inmigrantes brincando la valla para entrar como sea a España: todo ello está ahí, y está gritando que el horizonte humano se verá transformado de grado o por la fuerza en esta Europa. Para afirmar eso, repito, no hay que ser profeta. Y sin embargo, sí que necesitamos profetas que lean más allá de lo obvio y que muestren que participan de la voz majestuosa de Aquel que reina sereno por encima de la tormenta.