Algo sobre el poder, 1

No siempre el poder es poderoso

Mi experiencia en asuntos de gobierno es en realidad pequeña, y se limita lo que sigue: Fui miembro del Consejo de Provincia de los Dominicos en Colombia cuatro años, y algo más de ese tiempo estuve en el Consejo de Fundadores de la Universidad Santo Tomás. Antes de venir a Irlanda fui superior durante algo más de dos años en la naciente casa de los Dominicos en Villavicencio, Colombia.

Para todos los que queremos un mundo mejor y una Iglesia más viva y fiel a su Mensaje el tema del poder es recurrente. En efecto, ningún cambio tendrá larga vida si no es avalado por quien tiene la autoridad legítima.

Pero una cosa es hablar del poder y otra gobernar. Mi propia experiencia me inclina a pensar que no siempre tiene más poder el que está en el poder. Las lecturas de la Misa de ayer iban en ese sentido: el rey Darío envía a Daniel al foso de los leones a pesar de estar convencido de su inocencia (la historia ocupa todo el capítulo sexto del libro de Daniel). La cosa es irónica, evidentemente, porque juega con lo ridículo que resulta un rey superpoderoso que sin embargo tiene que obedecer y termina haciendo lo que no quiere. Sólo una intervención milagrosa salva a Daniel de los leones (y a Darío de sus consejeros…).

Las cosas no han cambiado demasiado desde los tiempos bíblicos. Lo que solían ser los consejeros y cortesanos para los reyes son ahora los lobbies y los patrocinadores para los presidentes en nuestras democracias. Uno ve claramente que, puestos en el poder, los presidentes y primeros ministros no tienen la autonomía para regirse por sus propias convicciones sino que a menudo deben hacer malabarismos y pronunciar discursos que traten de dar gusto a todos, o por lo menos a la mayoría sin la cual no pueden sobrevivir políticamente.

La Biblia no es muy condescendiente con los reyes, como lo muestran los libros que llevan ese mismo título, o sea, Primero y Segundo de los Reyes. De ellos, y de los de las Crónicas uno aprende que el verdadero protagonismo y la avanzada la tienen más los profetas, tal vez porque el ministerio profético no depende de la descendencia de David ni de la aprobación de la corte (ni de las mayorías ni de los grupos de presión, añadamos).

Profetas entre nosotros

Si vamos al Nuevo Testamento cabe una pregunta: ¿quiénes son los herederos o sucesores de los profetas? Hay varias respuestas, que conviene examinar por separado.

  1. Los discípulos de Cristo, especialmente cuando son insultados o perseguidos, pues así leemos: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros” (Mateo 5,11-12). En el mismo sentido quizá Apocalipsis 18,24 y 22,9.
  2. Algunos cristianos carismáticos, conocidos por un don especial en medio de la comunidad. A esto se refiere lo que se halla en Hechos 11,27-28: “Por aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que ciertamente habría una gran hambre en toda la tierra. Y esto ocurrió durante el reinado de Claudio.” Lo mismo leemos más adelante: “En la iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Niger, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo” (Hechos 13,1). Véase asimismo Hechos 15,32; Apocalipsis 22,6.
  3. Un ministerio particular dentro de la Iglesia. San Pablo escribe: “Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él. Y en la iglesia, Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad, ayudas, administraciones, diversas clases de lenguas” (1 Corintios 12,27-28). Véase Efesios 4,11; tal vez a esto se refiere también 1 Corintios 14,29 y 32.
  4. Los apóstoles. El texto clásico es aquel: “Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor” (Efesios 2,19-21). Vuelven a ser nombrados juntos: “apóstoles y profetas” en Efesios 3,5 y en Apocalipsis 18,20.
  5. Dos personajes misteriosos del libro del Apocalipsis. Nos referimos aquí a un texto complejo y un poco oscuro: Apocalipsis 11,3 y siguientes.
  6. Hay también otra posibilidad extraña: de algún modo la profecía ha llegado a su término, pues Cristo dice: “Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan” (Mateo 11,13).
  7. Tampoco olvidemos que el Nuevo Testamento advierte repetidas veces contra los falsos profetas, dejando ver así que debe contarse con que haya algunos que son verdaderos. Léase 2 Pedro 2,1 y 1 Juan 4,1, entre otros pasajes.

Verdaderos y falsos profetas

Varias cosas podemos aprender de estos textos, a pesar de que no todo queda claro y distinto.

Es evidente que los profetas no se nombran a sí mismos. Su ministerio es atacado con frecuencia (Hechos 7,51-52; Jeremías 7,25-27), cosa que viene a ser como su sello propio, pero ellos permanecen fieles al Señor, de modo que es sólo la intimidad de su trato con Dios, y la pasión por el reinado de Dios, lo que los mantiene fieles y lo que los hace fecundos.

Los profetas son críticos con el poder pero no en el sentido pobre de buscar fallas sino en el de buscar las señales de la voluntad de Dios y de apuntar hacia ella en todo tiempo, cuando gusta y cuando no gusta. Sólo el paso del tiempo y el discernimiento de los frutos cosechados vienen a confirmar quién era y quién no era profeta del Señor.

Sin embargo, en esto es más fácil descartar que aprobar. Si alguien viene con alguna forma de idolatría, por ejemplo, no habrá que creerle, aunque haga grandes prodigios (Deuteronomio 13,1-3).

Otra cosa que suele ir con los falsos profetas es que tratan de estar bien con todo el mundo (Lucas 6,26); sus palabras son más un modo de complacer a la gente, aparentemente para quitarle la angustia de los castigos que merecen por sus culpas, según aquello: “Entonces el SEÑOR me dijo: Mentira profetizan los profetas en mi nombre. Yo no los he enviado, ni les he dado órdenes, ni les he hablado; visión falsa, adivinación, vanidad y engaño de sus corazones ellos os profetizan. Por tanto, así dice el SEÑOR: En cuanto a los profetas que profetizan en mi nombre sin que yo los haya enviado, y que dicen: No habrá espada ni hambre en esta tierra, a espada y de hambre esos profetas perecerán. También el pueblo a quien profetizan estará tirado por las calles de Jerusalén a causa del hambre y de la espada; no habrá quien los entierre a ellos, ni a sus mujeres, ni a sus hijos, ni a sus hijas, pues derramaré sobre ellos su maldad” (Jeremías 14,14-16).

En el mismo sentido hay que leer la advertencia de 2 Pedro 2,1-3: “Pero se levantaron falsos profetas entre el pueblo, así como habrá también falsos maestros entre vosotros, los cuales encubiertamente introducirán herejías destructoras, negando incluso al Señor que los compró, trayendo sobre sí una destrucción repentina. Muchos seguirán su sensualidad, y por causa de ellos, el camino de la verdad será blasfemado; y en su avaricia os explotarán con palabras falsas. El juicio de ellos, desde hace mucho tiempo no está ocioso, ni su perdición dormida.”

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