Francia ha marcado la delantera en muchas cosas y de muchas maneras. La política, la filosofía, el arte, e incluso la moda, han mirado hacia París con respeto, admiración o temor, bajo la convicción de que consagrarse en la capital de Francia es de algún modo haber tocado el corazón de la cultura de Occidente.
Por estos días manos cargadas de ira colman los barrios pobres de París–porque también hay pobres en París, aunque sean invisibles a los millones de turistas. Incendios, gritos de violencia, amenazas y atentados contra las fuerzas del orden.
¿Qué nos dicen estos hechos? ¿Son incidentes aislados que el Primer Ministro Villepin sabrá conjurar? ¿Son un intento más de desestabilizar a Chirac, algo así como la avanzada de un movimiento político que emergerá como alternativa al “establishment” actual? ¿Son episodios de nadaísmo, de simple amor al caos, o de rabia que no ha encontrado su cauce?
Por ahora no hay respuesta clara a estos interrogantes. Una hipótesis cabe, sin embargo: al igual que en Melilla y Ceuta; lo mismo que en las pateras de desesperados rumbo a la Florida, este parece ser un episodio más que revela el volumen de tensión entre Norte y Sur. Es verdad que la destrucción tiene un encanto extraño pero real en el corazón humano, como aparece claro en los pirómanos y en muchos actos terroristas. Existe el placer de destruir. Pero esa no es toda la explicación a los hechos presentes.
Resuena todavía en mis oídos la protesta de un africano, cuya voz podría atraer la de muchos otros del “Sur.” Decía este hombre: ¿Por qué los productos de mi tierra pueden irse al Norte y yo mismo no puedo ir? ¿Por qué tienen visa mis bosques y yo no? ¿Por qué yo no debo caber en los barcos donde sí caben los diamantes de mi suelo?
Que bien, tus reflexiones siempre tan sabias y aterrizadas en la realidad que vivimos en el mundo.
Además los que leemos tu diario extrañamos cuando no escribes.
Gracias por tus palabras!