No se cansan mis ojos de mirarte,
ni de oírte se cansan mis oídos;
ya no cesa mi alma de alegrarse
ni mi pecho termina de alabarte,
Hostia Santa, Jesucristo vivo.
De humildad, mi Señor, tan revestido,
te has hecho amable ante mis ojos;
bajo aspecto de Pan hoy has venido
para ser alimento de tus hijos
y dejarnos entrever tu rostro.
Suave presencia del Todopoderoso,
no se engaña mi fe al confesarte;
que si es verdad que lo puedes todo,
más tuyo, Señor, es ser piadoso,
y más grande, Jesús, el ocultarte.
Bendito sea nuestro Dios y Padre,
que con tan sabia providencia
quiso ofrecernos el Amor más grande
en ti Jesús, Cristo adorable,
Verbo de Dios en nuestra tierra.
¡Oh sacramento de la Pascua Nueva,
Cordero Inmolado, Eucaristía!
Llegada la noche de la Cena,
tú te vas, Señor, pero te quedas
como Banquete y celestial Comida.
De la Inmaculada, tú naciste un día;
en sus entrañas se tejió tu Cuerpo:
Dios Padre quiso con su Llama Viva
consagrar el cuerpo de María
para formar el Pan más puro y tierno.
Y es así que, cumplido el tiempo,
con amor de verdadero hermano,
te nos das, Señor, como alimento,
en el madero de la Cruz muriendo
y en el altar de este Convivio Santo.
¡Oh sacrificio del amor más alto,
oh singularísima sapiencia!
Viéndote, Jesús, tan rechazado,
abriste, sin embargo, tu costado
y brotó de tu amor nuestra riqueza.
¡Eucaristía, tesoro de la Iglesia!
Deudores son de ti cuantos te cantan,
pues sólo en ti se halla tal belleza,
tal poder, piedad y tal clemencia,
que más te conoce quien mejor te ama.
¡Eucaristía, Pan de la esperanza!
Alimento para el caminante;
tú levantas hasta el cielo el alma;
por eso tu amor en mi pecho inflama
y no se cansan mis ojos de mirarte.
Amén.