4. El Sueño de la Razón
Creo que las anteriores consideraciones sobre el lugar del concepto tienen un impacto considerable particularmente en lo que atañe a la enseñanza moral de la Iglesia Católica.
El presupuesto con el que los católicos, o por lo menos nuestro Magisterio, parece sentir que toda discusión debe comenzar es con una definición de términos. Esto es útil si uno ya cree y admite lo que cree y admite la Iglesia pero conduce a callejones estériles en los demás casos.
Ejemplo típico: a Septiembre de 2005 circulan rumores sobre un documento del Vaticano que, para lo sucesivo, prohibirá que homosexuales sean ordenados sacerdotes. Como planteamiento teórico es algo que la mayoría de los católicos entiende, por no decir aprueba: las cifras de pederastia homosexual indican claramente una tendencia frente a la cual hay que hacer algo–además de pagar multas multimillonarias para suspender procesos judiciales escabrosos. Es un hecho también que la mayoría de los papás católicos no quieren que sus hijos sean educados por religiosos o sacerdotes que son homosexuales. De acuerdo con eso, y con la ley de las mayorías en los ambientes democráticos, debería ser sencillo que la supuesta nueva ley del Vaticano (no promulgada a mediados de Octubre de 2005, cuando escribo esto) encontrara un ambiente receptivo y fuera vista como un paso hacia delante.
Sin embargo, la montaña de preguntas que se acumulan hacen impracticable, si no la promulgación, sí la ejecución de un documento de esa naturaleza. Hablo de preguntas como estas: ¿Puede Ud. establecer unos criterios únicos y universales sobre quiénes son, han sido, podrían ser, o desean ser homosexuales? ¿Puede Ud. establecer qué clase y nivel de experiencias homosexuales determinan unívocamente que en la vida de una determinada persona habrá reincidencias o dependencias que no podrán ser manejadas? ¿Puede Ud. establecer, en un cuadro más general y no sólo relacionado con el área sexual, si el bien pastoral o grado de compromiso de las personas llamadas homosexuales es mejor o peor que el de las consideradas heterosexuales?
Si miramos a esta clase de preguntas, que por lo menos en Irlanda han invadido los medios, parece evidente que las objeciones todas disparan hacia la parte conceptual. Lo que se está tratando de cuestionar es qué tanto puede obrarse a partir de conceptos, o incluso más: hasta dónde nuestros conceptos pueden “atrapar” realidades que atañen tan íntimamente al sujeto.
Pensándolo bien ese es exactamente el gran defecto del enfoque cartesiano. La mente educada en Descartes quiere un Yo autónomo, capaz de desconexión con la historia, las emociones y la sociedad; un Yo liberado de lo opaco, lo lúdico, lo onírico y lo ambiguo; y quiere que ante ese Yo comparezca el mundo para ser pasivamente parcelado en conceptos.
El artilugio se vuelve contra sí mismo cuando ese método trata de conceptualizar sus propios sótanos. En el ejercicio esquizofrénico de atrapar las nociones que a la vez le fundamentan y de las que quiere declararse libre, este Yo engendra de todo, hasta hacer verdad lo del cuadro de Goya: El Sueño de Razón produce Monstruos. Pero no es cualquier “razón;” es esta razón crispada en el conato de pensarse desde la hipótesis de que no existiera lo que la hace posible.
El resultado es exótico y a la larga conduce al suicidio de los meta-relatos y luego a esa resaca que a veces se llama “postmodernidad” o “Modernidad tardía.” En últimas la Duda cartesiana pavimentó el camino a la Sospecha de Freud, Marx, Nietzsche y sus secuaces.