Tu Nombre, Señor

¡Dios!, tu Nombre recorre los siglos.

Es la música de los astros,

el temblor de las estrellas

y el palpitar del universo.

Sobre la soledad del cosmos en silencio

se levanta majestuoso tu Nombre,

y venciendo a la noche del caos,

brilla con luz avasallante.

Más allá del ruido de palabras

y de la fría armazón de ideas,

su fuego cautiva el pensamiento

con la claridad del infinito.

Estable en medio de las aguas,

anclado bajo las olas,

no tiembla ante nuestras iras

ni crece con nuestros elogios.

Caerán los imperios a su hora

y serán olvidados los tiranos,

pero él, más joven cada mañana,

saludará impasible el fin de la historia.

¡Qué bien nos hace nombrarte,

y qué bueno que tú nos nombres!

Así nos unes a ti, que perduras:

la voz de quien te nombra es a su modo eterna.

La fatiga de la vida que pasa

llega a su descanso sólo con la muerte,

pero la muerte es suave reposo

para el que se duerme nombrando al que no muere.

Amén.