Señor de la historia

Dios Eterno:

tú eres el Señor de la historia.

Tú llamas a la existencia

los tiempos nuevos,

según la medida de tus providencias.

Desde el futuro,

tú saludas nuestro decisivo “hoy”,

y así te haces presente

en cuanto hacemos y tenemos,

en cuanto podemos y somos.

Dios Eterno:

tu voz va tejiendo

nuestros frágiles días.

Tú sostienes con sabio y piadoso poder

la contingencia inasible

de la trama en que vivimos.

En ti halla firmeza

cuanto tiene fundamento,

de ti recibe precio cuanto vale,

y por ti, cada cosa tiene su lugar.

¿Por qué entonces se desvanecen

nuestros días?

¿Por qué no alcanzamos

nuestros mejores sueños?

¿Por qué a menudo damos menos

de lo que recibimos,

y recibimos menos de lo que esperamos?

¡Es que nos hemos apartado de ti!

La mentira cegó nuestros ojos,

y se habituaron a la falsedad

nuestros oídos.

Y así, Padre Bueno,

tu Jardín se nos volvió

valle de lágrimas,

y tu mundo,

tierra de dura labor:

lugar de contienda,

reino de tinieblas.

En medio de la noche de nuestras culpas

no son las cosas como aparecen;

¡por ello suspiran nuestros ojos

tras la realidad que les huye!

Y en la confusión de nuestros pecados,

no son las cosas como se dice;

¡por ello anhelamos escuchar

la verdad que presentimos!

¡Oh Dios, cuánto y cuánto te necesitamos!

Bien lo sabes tú, que lo sabes todo.

Y de sabernos míseros,

y de saberte misericordioso,

sanaste con tu amor nuestra miseria

y nos diste a gustar de tu sabiduría:

la misma Palabra

que pronunciaste al crearlo todo,

nos fue revelada de un modo nuevo

en la maravillosa historia de tu pueblo,

iluminada por la luz bendita

de la fe que tú regalas.

La misma Palabra que nos regala ser,

Palabra ya ofrecida sobre la Cruz,

nos concede ahora ser contigo:

ser a tu manera.

¡Bendita, siempre bendita esa Palabra,

plenitud y resumen de toda revelación,

cuyo nombre es Jesucristo!

A él se vuelven nuestros ojos

y en él hallan la realidad que buscaban;

a él escuchamos,

porque en él reside corporalmente

la verdad que presentimos.

Bien convenía a tu altísima ciencia

que no estuviera más cerca

la enfermedad que el remedio,

ni la ocasión de caer más pronta

que tu tiempo de rescatarnos.

Si la belleza de tus obras

era causa de nefasta seducción,

también era propio de tu generosidad

revelar en Cristo una nueva belleza,

plenamente nuestra por su aspecto,

plenamente tuya por su origen.

Y si la bondad de tus criaturas

era pretexto para egoísmo y división,

también era propio de tu gracia

revelar en tu Hijo una nueva bondad,

enteramente nuestra

por la eficacia de sus frutos,

enteramente tuya por su raíz.

¡Maravillosa sabiduría de tu amor!

Mostrando a tu Verbo en nuestra carne,

sanaste nuestros sentidos enfermos;

hablando tu Verbo en nuestra tierra,

penetró nuestro ser con su doctrina;

y muriendo en la Cruz,

y resucitando glorioso,

consagró para siempre nuestra historia.

A él, que contigo vive y reina,

la gloria y la alabanza,

generación tras generación.

Amén.

Una respuesta a «Señor de la historia»

  1. HERMOSA ORACIÓN!
    GRACIAS FRAY!
    SOMOS MUCHOS LOS QUE ORAMOS CON ORACIONES TAN BELLAS COMO ESTAS, SOBRE TODO CUANDO NUESTRA ALMA SE ENCUENTRA ÁRIDA Y NO SABE QUE DECIRLE A DIOS.
    DESEO QUE DIOS SIGA BENDICIENDO TAN HERMOSA OBRA DE EVANGELIZACIÓN Y A TI QUE ERES QUIEN EN SILENCIO Y DEDICACION HACES POSIBLE QUE ESTA OBRA SEA UNA REALIDAD.
    DIOS TE BENDIGA SIEMPRE Y TE DE SABIDURÍA!

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