Cuando una pregunta de cierta trascendencia se plantea, por ejemplo sobre alguna cuestión moral aguda, lo que nos resulta más natural es hacer un análisis de lo que está implicado. Espontáneamente tratamos de poner frente a nosotros qué es lo que hay, cuál es la historia que precede al estado actual de cosas y qué consecuencias se siguen de una u otra postura que se tome. Obramos bajo los ideales de la objetividad, la claridad y el rigor racional.
Tales ideales han llegado a constituir una especie de segunda naturaleza en nosotros los Occidentales. Son el credo que se supone que la ciencia practica pero, incluso cuando no estamos hablando expresamente de temas científicos, lo que solemos esperar de un discurso convincente es ese lenguaje de hechos claros y enunciados que se enlazan para producir deducciones correctas. La Iglesia Católica, en particular, trata continuamente de exponer su enseñanza moral en esos términos. Espero ser suficientemente objetivo si me atrevo a elogiar la calidad de los documentos que así han brotado de la pluma de teólogos, obispos y pontífices en los últimos dos siglos, por dar una referencia temporal. Ya se trate de la defensa de la familia, del valor del trabajo o de la importancia de una liturgia solemne y digna, la Iglesia sigue la corriente principal de nuestro tiempo en lo que atañe al modo de hablar: rigor racional, claridad y objetividad.
Pero algo está fallando. Esa enseñanza clarísima, que debía ser casi irrefutable desde el punto de vista formal, encuentra sólo oídos sordos; o es recibida con manifiesta antipatía; o es refutada con altanería por voces de las mismas filas católicas. Me pregunto por qué pasa eso.
He oído varias respuestas. Para algunos, sobre todo en lo que atañe a la desobediencia de tantos teólogos, todo esto es el cumplimiento de las misteriosas palabras de Pablo VI, el 29 de junio de 1972: “el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia.”
Para otros, el rechazo a la palabra de la Iglesia es un episodio más del rechazo a la verdad, de lo cual habla el Nuevo Testamento. “Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas.” (Juan 3, 19-20) “Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos.” (2 Timoteo 4, 3-4)
Para otros, las causas son históricas y políticas. La Historia, en este caso, sería la de la Masonería, seguida o impulsada por la Revolución Francesa. Con otras posibles influencias, un poco más especulativas, que algunos quieren llevar hasta la inminente aparición del Anticristo. Lo político, en este caso, tendría que ver con esas mismas influencias, y en particular la manera como se construye el poder en la Unión Europea y en la Organización de las Naciones Unidas, por citar dos ejemplos prominentes.