En España es un fenómeno apenas conocido. En Francia, apenas empieza a despuntar. En Gran Bretaña y Estados Unidos, aquí en el sector anglosajón de la población, alcanza cada año a decenas de miles de personas. Pero es sobre todo en los países que estuvieron bajo el imperio del comunismo soviético donde la realidad invita al optimismo. Me refiero al fenómeno de los conversos al catolicismo. Aunque hablando con propiedad cabría distinguir entre conversos y “reversos”. Los primeros nunca fueron católicos y ahora lo son. Los segundos nacieron como católicos, abandonaron la Iglesia y al cabo del tiempo han regresado a ella. Pero todos, unos y otros, tienen algo en común que más adelante explicaré: el celo del converso
El 11 y 12 de octubre pasados se celebró en Ávila el tercero de los congresos “Camino a Roma” de conversos al catolicismo celebrados en España, organizado por la Asociación Católica Internacional “Miles Jesu”, Instituto de Perfección, fundada por el sacerdote Padre Alfonso María Durán. Tras un primer congreso celebrado en Madrid, esta ha sido la segunda vez que Ávila ha sido elegida como sede de este acontecimiento eclesial con la particularidad de que en esta ocasión el congreso era de carácter nacional y no internacional como los dos años pasados. Este año el congreso internacional “Camino a Roma” se celebrará en Viena durante el mes de noviembre.
El número de asistentes al congreso, sin llegar a alcanzar el número de los que acudieron en el 2002, puede ser considerado como muy aceptable ya que rondaron las 300 personas a lo largo de los dos días. El grupo más numeroso, excepción hecha de los abulenses, fue el de los gallegos que vinieron sobre todo de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima en Vigo, pero prácticamente no hubo una sola región española sin representación entre los allá presentes.
La ponencia inaugural corrió a cargo del Canciller Secretario de la diócesis de Ávila, el Padre Miguel García Yuste. Se preguntó si en España, país que se dice católico, es necesario un congreso así. Y la respuesta es afirmativa ya que, quien más quien menos, conoce a varios familiares o amigos que se han alejado de la Iglesia y apartado de la fe. Hizo hincapié en la necesidad de afirmar y fortalecer nuestra fe, defendiéndola de los ataques de nuestro entorno. Y al hablar de los que somos conversos, vino a comparar nuestras experiencias con las de la conversión de Pablo en el camino a Damasco, nada más que ahora nuestro camino era en dirección a Roma. Evocando la parábola de los obreros de la viña (Mt 20,1-16) nos recordó que el Señor nos llama a todos a la conversión pero a cada cual a su hora, diferente de la de los demás. Y para finalizar su intervención, el padre García Yuste, hizo mención de nuestro deber de estar siempre dispuestos a dar testimonio de Dios a quienes nos rodean pero recordando que si nos encontramos con dificultades para compartir del Señor con los demás debemos tener en cuenta la máxima que dice “cuando no puedas hablar de Dios a otros, habla a Dios de esos otros”. En definitiva, testimonio y oración.
El siguiente ponente fue don Antonio Carrera. Católico de nacimiento, dejó la Iglesia para convertirse en Testigo de Jehová (TJ), llegando a ocupar puestos de responsabilidad dentro de la secta en España. Estuvo con ellos 13 años y su testimonio fue muy interesante porque no en vano, los TJs fueron la secta de mayor crecimiento en la España de la Transición democrática, de tal manera que su número casi igualaba al total de los miembros de todas las denominaciones protestantes en este país. Actualmente la realidad empieza a ser otra y todo apunta a que aunque dicho número se ha estancado, en un futuro cercano disminuirá progresivamente. Don Antonio dio varias claves para que comprendamos porqué un católico sincero puede verse atraído por los TJs. Comparó la doctrina de la secta a un diamante falso, cuya no autenticidad puede ser fácilmente apreciado por un joyero pero no por un profano en la materia. Pues bien, un católico no formado e instruído en su fe, no sabe discernir la falsedad de las doctrinas de los Testigos, o de cualquier otra secta o grupo no católico, y por tanto puede ser embaucado con relativa facilidad. El señor Carrera compartió con los presentes la interesante teoría de que hace 40 ó 50 años no era muy necesario que los católicos españoles estuvieran muy formados en su fe porque apenas había “lobos” que buscaran ovejas despistadas pero poco a poco el país se fue llenando de lobos que hicieron presa en miles y miles de católicos que no estaban preparados para el fenómeno que se les venía encima. Hoy, por tanto, es absolutamente necesario que el católico practicante procure documentarse, catequizarse y conocer los fundamentos bíblicos y magisteriales de su fe. De lo contrario, don Antonio recomienda que nunca cometamos el error de dejar entrar en nuestra casa a un TJ, porque ellos sí se conocen bien su lección. La formación de los laicos, afirmó Carrera, es la vacuna perfecta contra las sectas y el proselitismo de otras religiones. Las razones por las que abandonó la secta son muy simples. Debido a que ocupaba ya altos cargos dentro de la Organización, tuvo acceso a literatura antigua de la misma. Entonces comprobó cómo la secta había errado en varias ocasiones a la hora de profetizar el fin del mundo y cómo también algunas doctrinas habían sido cambiadas o retocadas de tal manera que era imposible que Dios estuviera detrás de algo así. Rompió con el grupo donde había entregado todo su tiempo y sus energías durante más de 10 años y se embarcó en la aventura de estudiar otras religiones para calmar su sed de Dios. No obstante, don Antonio hizo bien en hacer la anotación de que muchos TJs que abandonan la secta quedan tan desencantados con el fenómeno religioso que se abandonan por completo y pierden cualquier atisbo de fe en Dios. Una vez eliminadas las religiones no cristianas, Carrera estudió las pretensiones de las iglesias cristianas. Participó en algunos cultos protestantes pero no le acabaron de convencer. Él buscaba la Iglesia de Cristo. Y estudiando a los Padres de la Iglesia, se la encontró. Era la Iglesia Católica. Desde entonces ha permanecido fiel a Cristo como hijo pródigo que ha vuelto a la casa de Dios. Ha escrito varios libros sobre los TJs y ha fundado la “Asociación de afectados por sectas” con sede en Bilbao.
Llegó el turno de la Sra Kathleen Clark. Nacida en Salt Lake City (Utah, EEUU) en el seno de una familia mormona, sus ancestros más lejanos fueron los primeros de la secta. Lo primero que la Sra Clark hizo fue explicarnos en qué consiste la religión mormona, lo cual es de agradecer porque gran parte de los españoles, aparte de que aceptan la poligamia, no conocemos bien muchos detalles realmente peculiares de esa creencia. Resumiendo, nos dijo que el mormonismo es esencialmente una fe politeísta que no es otra cosa que la renovación de la mentira de Satanás a Eva “seréis como Dios”. El mormonismo afirma que todo hombre es un dios y el propio Dios Padre de la Biblia no es otro sino Adán, que luego fue evolucionando hasta ser perfecto. Otra de las teorías mormonas que no son muy conocidas por los españoles es su enseñanza de que la raza negra es fruto de una maldición por la cual Dios hizo que la piel de hombres blancos se convirtiera en negra. No en vano, hasta hace no mucho tiempo no era posible para personas de raza negra el ser sacerdotes mormones. La moral mormona no deja de ser contradictoria porque aunque no permite el consumo de té, café y bebidas alcohólicas, es muy liberal en la aceptación del divorcio, la contracepción y el aborto.
Kathleen pasó toda su infancia sin conocer personalmente a ninguna persona católica. Es lógico ya que en el estado Utah hay muy pocos católicos y el entorno social en el que viven favorece muy poco su integración en esa sociedad donde el mormonismo prácticamente lo llena todo. El primer paso fuera de la iglesia mormona no lo dio ella sino su padre, que tras estudiar las escrituras sagradas de los mormones encontró muchas contradicciones. Debatió con denuedo con su obispo mormón el cual no logró convencerle y eso le causó graves problemas. Finalmente ocurrió lo inesperado y Kathleen se hizo novia de un muchacho católico. Cuando éste le llevó a una misa tridentina ella quedó impactada por la liturgia a pesar de que no entendía nada. La relación prosperó y decidieron casarse a pesar de que ella no tenía todavía la más mínima intención de hacerse católica. Pero pronto surgieron los problemas. Ella desconocía por completo el calendario litúrgico católico y las primeras navidades fueron algo cómicas porque no lograba entender porqué su marido tenía que ir a misa en un día que no era domingo. A pesar de que su marido intentaba animarla a abrazar el catolicismo ella rehusaba totalmente esa posibilidad. Sin embargo, un año fueron invitados a ir a Francia de peregrinación. Ella fue no por interés religioso sino turístico, pero el Señor le tenía preparada una sorpresa. Durante la peregrinación por Francia fueron acompañados por un padre jesuita, que había sido capellán de la Beata Teresa de Calcuta, y que tuvo a bien guiarles en la realización de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Aquella experiencia impactó tanto a Kathleen que al volver a su país empezó a interesarse de verdad en conocer la fe católica. Cuando le tocó estudiar la doctrina del pecado original, se dio cuenta de que el mormonismo era realmente la mentira de Satanás rediviva. Vio que, a diferencia de lo que decían los protestantes, ninguna de las doctrinas católicas contradice la Biblia, la cual, se encargó de recalcar, había sido declarada como Palabra de Dios por la propia Iglesia, que también definió su canon. Su estudio de la Eucaristía le llevó al convencimiento de que no podía retrasar por más tiempo el ingreso en el Rebaño de Cristo y un 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, fue bautizada, y recibió también el sacramento de la confirmación y la Eucaristía. Y renovó las promesas de su matrimonio esta vez ya como católica. A día de hoy, tanto ella como su madre son las únicas católicas en esa familia que una vez fue toda mormona.
El siguiente ponente fue el Padre Paul Vota, Miles Jesu, nacido en California (EEUU). Comenzó su intervención dando la receta perfecta para perder la fe. El primer paso sería vivir fuera de la gracia, es decir, no confesar los pecados graves y no comulgar con frecuencia. El segundo paso consistiría en no preocuparse por conocer bien la fe que profesamos. Sin mencionar a ninguno en particular, señaló la grave responsabilidad de aquellos colegios católicos que no se preocupan por dar una buena formación religiosa a sus alumnos.
Nacido en el seno de una familia católica, tuvo una infancia y adolescencia en las que vivió como cualquier católico normal, asistiendo a misa cada domingo y sin apartarse de la fe de sus padre. Tenía talento y capacidad para tocar instrumentos musicales y tras entrar en la Universidad de Berkeley, allá por los años 60, se unió a un grupo que acostumbraba a actuar en pequeños clubs locales y sociales. Fue precisamente en un club de tenis donde conoció a una pareja de seguidores de un gurú hindú que le impactaron profundamente por su forma de comportarse, orando públicamente y manifestando una amabilidad poco común. Fue invitado por ellos a visitar su grupo y allá vio que vivían en comunidad, compartiendo el dinero, promovían la castidad y predicaban puerta a puerta. Es decir, se tomaban su religión en serio a diferencia de lo que él había visto en muchos católicos. Se unió a la secta y se empapó de sus doctrinas. En un primer momento les enseñaban que el gurú no era Dios sino alquien que ayuda a los demás a encontrarle. Cuando se fue a vivir a un ashram sus padres se dieron cuenta que estaban perdiendo a su hijo y pidieron a todos sus conocidos que oraran por él. Pero el joven Paul había encontrado una paz, que aunque después entendió que era falsa, en esos momentos le llenaba por completo. Con el paso de las semanas fue instruído en ciertas doctrinas secretas de la secta que eran desconocidas para los primerizos. Aprendió una técnica de meditación muy particular que servía para vaciar la mente y fue advertido que si algún día dejaba de practicar esa meditación, perdería su mente, lo cual no estaba lejos de ser mentira ya que Paul conoció el caso de una adepta de la secta que acabó loca en un psiquiátrico tras abandonar esas prácticas. Los dirigentes de la secta comenzaron a cambiar algunas de las enseñanzas fundamentales. Por ejemplo, aunque antes habían negado que el gurú fuera Dios, ahora afirmaban sin recato que era Dios Padre en cuerpo humano. Fue antes de la llegada a los Estados Unidos en 1974 del gurú fundador de la secta. Llegaba a hacerles partícipes del darsham, que sería recibido con solo tocar al gurú. Cientos de adeptos rompían en un gozo cuasi místico tras tocar o besar los pies de su maestro, pero Paul no experimentó ninguna sensación especial, lo cual él atribuye a la eficacia de las oraciones de sus padres, familiares y amigos. Coincidió también que por aquel entonces él había decidido estudiar la Biblia. En la secta enseñaban que de la misma manera que los judíos se equivocaban al aceptar a Moisés pero no a Jesús, los cristianos erraban al aceptar a Cristo y rechazar al gurú. La Providencia quiso que contactara con un miembro de Miles Jesu al que intentó predicar la fe de su secta. Éste hermano se hizo el interesado y tras hablar con el Padre Durán, mantuvieron una entrevista con Paul en la que le invitaron a cenar. Tras cenar los tres invitaron a Paul a pasar a la capilla que tenían dentro de la casa de Miles Jesu y allá fue donde el actual Padre Vota tuvo su primer reencuentro con la espiritualidad católica. Conoció a más gente de Miles Jesu y quedó impresionado por el compromiso de los jóvenes de la organización católica. Todos oraron por él y, finalmente, decidió visitar a sus padres y acudir a ir a misa con asiduidad. Pero seguía teniendo dudas, que acabaron provocándole una gran crisis, acompañada de una enorme confusión mental. Un día acudió el templo portando un escapulario de nuestra Señora del Carmen y una mujer allá presente, al verle, le dijo que su hijo fue ciego pero recuperó la vista gracias a la intercesión de la Madre de Dios. Aquel testimonio impactó a Paul que entendió que Dios sigue obrando milagros hoy en día y podía obrar en él el milagro de la conversión total. Al poco tiempo se unió a Miles Jesu y recibió la vocación sacerdotal que acabó con su ordenación como sacerdote por el Papa Juan Pablo II en 1985.
La última intervención del sábado día 11 corrió a cargo del Padre Alfonso María Durán, fundador de Miles Jesu y de los congresos “Camino a Roma”. Explicó a todos los presentes cómo había surgido la idea de los congresos y cuáles habían sido las dificultades por las que pasaron antes de que lo que era un proyecto ilusionante se convirtiera en una realidad gozosa. También nos hizo partícipes de las buenas noticias de conversos al catolicismo en muchos países del mundo. Por ejemplo, nos dijo que en Ucrania, cuarenta parroquias ortodoxas habían pedido su pase a la comunión con Roma y él mismo, en este último año, había recibido a tres sacerdotes ortodoxos rusos que ansiaban entrar en la Iglesia Católica. En Finlandia se está dando un fenómeno muy interesante que no es otro que la conversión al catolicismo en sectores muy importantes de la juventud universitaria, lo cual era impensable hace unos años dado la cerrazón al catolicismo en las sociedades de los países bálticos. El Padre Durán nos animó a luchar contra el pesimismo por las malas noticias sobre la Iglesia. Nos exhortó a luchar contra “el chismorreo y la crítica destructiva” y a proclamar la buena salud del catolicismo en todos los países donde su crecimiento lleva un ritmo considerable. En definitiva, somos portadores de buenas nuevas, no altavoces de los pecados y errores de los demás.
Javier Leal fue el encargado de abir la tanda de testimonios del domingo día 12, festividad de Nuestra Señora la Virgen del Pilar. Nacido en tierras burgalesas en el seno de una familia católica, sus padres eran tibios en las cosas de Dios. A los 13 años pierde la fe y tras un adolescencia exenta de los excesos típicos de los adolescentes de hoy en día (él lo atribuye a que en tiempos de Franco no había tanto libertinaje) al llegar a la edad juvenil se interesa en la filosofía, la política y establece relaciones con la intelectualidad de la época. Estudia los clásicos y la filosofía moderna, es decir, se empapa de pura especulación humana. Acaba por interesarse por las religiones orientales, especialmente el hinduísmo y el budismo tibetano. Javier nos explicó que el hinduísmo es politeísmo puro y duro mientras que el budismo, aun negando la existencia de un Dios único y trascendente, también es politeísta. Estudió los yogas conceptuales y al mismo tiempo que se convirtió en maestro de otros, su vanidad y orgullo fueron creciendo. Pero tras una crisis sentimental, un día decidió orar un padrenuestro a conciencia. Fue entonces cuando empezaron a cambiar cosas. Leyó más filosofía y algo de material cristiano que estaba incluído en libros no propiamente católicos. Se interesa en el fenómeno de las apariciones marianas y es en ese momento de su vida cuando tiene un encuentro con un persona que habría de ser como un enviado de la Providencia destinado a ayudarle a entrar en el camino de la conversión definitiva. Era un mendigo sabio llamado Rafael. Ya mayor, recio, fuerte, vestido como si estuviera sacado de la novela “El Señor de los Anillos”, aquel mendigo era una caja de sorpresas. Parece ser que había viajado por todo el mundo y su conocimiento de todas las religiones y filosofías mundanas era sorprendente. Javier se asombró de lo mucho que aquel hombre sabía sobre cualquier tema que trataban. Pero lo que le dejó impactado es que al finalizar la conversación, el anciano le dijo que el verdadero conocimiento sólo se encontraba en la Iglesia Católica. Tras despedirse nunca más le volvió a ver pero aquel encuentro fue un hito que marcó un antes y un después en la vida de Javier Leal. Al poco tiempo un amigo le invitó a visitar a un hombre que hace vida de ermitaño en uno de los pocos lugares escondidos que deben quedar en la isla de Ibiza. Vive en una pequeña laura que no es sino una especie de cueva natural apenas modificada para que pueda vivir una persona en ella. Hablaron largo y tendido de muchas cosas y el ermitaño demostró tener también un amplio conocimiento de todo lo relacionado con las religiones orientales, el esoterismo, etc. Se despidieron pero otra vez la Providencia quiso hacer de las suyas. Javier se dejó en la laura unas gafas de sol que apreciaba bastante y volvió a por ellas el día siguiente. Fue entonces cuando, ya a solas, el ermitaño le recomendó que abandonara la vida espiritual que había llevado hasta entonces y abrazara el catolicismo. Le dejó varios libros de espiritualidad católica y le recomendó que empezara a rezar el Rosario. Y Dios, en su misericordia, quiso que el Rosario fuera instrumento de conversión para Javier. La oración y el estudio de la Biblia, los padres de la Iglesia y la teología católica pasan a ser el pan nuestro de cada día en la vida del nuevo converso. Se produce su definitivo regreso a la Iglesia, y lo vive con tal intensidad que acude a Misa y Rosario diarios. Desde entonces no ha hecho sino crecer espiritualmente en la verdad católica, camino de salvación en Cristo Jesús.
Inmediatamente después del testimonio de Javier Leal, tomó la palabra Don Francisco Javier Casale Sánchez, de Barcelona. De padres católicos, no obstante le tocó vivir su infancia en un ambiente tibio, ateo y anticlerical. Trasladado a los cuatro años a Argentina, pasó allá toda su infancia, adolescencia y primera juventud tras la cual volvió a España . Sus padres le llevaron a un colegio salesiano donde experimentó un fervor cristiano poco común que, por ejemplo, le llevaba a jugar a celebrar misas en las que él hacía el papel del sacerdote. Pero eso mismo provocó que sus padres le sacaran del colegio pues tenían temor de que acabara queriendo ser cura, cosa que ellos no estaban dispuestos a aceptar. En el nuevo colegio laico acaba perdiendo la fe y con el tiempo acaba en lo que él denomina la “secta de la modernidad”. Conoció a la que habría de ser su esposa, la cual sí tenía fe y era católica practicante y aunque cuando se casaron Francisco Javier no tenía fe alguna, al menos aceptaba que su mujer fuera a misa todos los domingos y días de precepto. Pero también ella acabó abandonando la práctica religiosa. Se convierten en un matrimonio convencional, ajeno a la religiosidad y con cierto éxito en el área económica. Adquirieron un velero con el que navegar por el Mediterráneo. Una noche de navegación se toparon con una gran tormenta. Francisco Javier temió por su vida y, casi instintivamente, rezó un avemaría. Cuando pasó la noche sin que nada ocurriera, él se avergonzó de esa oración, pero seguramente ya se había puesto en funcionamiento el fruto de la semilla que había arraigado en su corazón siendo un niño salesiano. Los negocios empiezan a ir de mal en peor y un día se encuentra a sí mismo clamando a Dios y pidiéndole ayuda. Aquella oración íntima le causó un estremecimiento interior pero todavía no fue suficiente como para que se convirtiera de verdad. Entró en una fase de desastre vital que le sirvió para desengañarse totalmente del mundo y el sistema que nos rodea. Descubrió que tenía hipertensión y el médico le recomendó que buscara una vida menos estresante. Empezó a practicar el Hata Yoga y a escuchar música hindú, árabe y del cristianismo barroco. Mientras que las dos primeras no le causaban ninguna sensación especial la música barroca cautivó su alma. Fue por entonces cuando decidió que cada vez que tuviera un mal pensamiento como castigo rezaría un padrenuestro y un avemaría. Tras haber puesto los medios para sanar tanto física como mentalmente un día se preguntó a sí mismo, ¿porqué ahora no te curas el alma? Empieza entonces la lectura ávida de todo tipo de cosas. Desecha la astrología por sus absurdos planteamientos. Todo lo que lee que no es espiritualidad cristiana no le convence. Empieza a tener dificultades en la relación con sus amistades habituales ya que su interés por lo religioso choca con el absoluto rechazo de sus amigos por esos asuntos. Pero sin embargo, uno de ellos, Quique, le dio un consejo que impactó el alma de Francisco Javier. Le dijo “lo que buscas, búscalo con humildad”. En ese espíritu de humildad Francisco siguió buscando a Dios y finalmente el Señor le salió al encuentro. Tuvo lo que él considera como una moción del alma y el 8 de febrero de 1988, a las 8 de la noche, se planta en el despacho parroquial de su parroquia y le dice al sacerdote allá presente que tras 40 años fuera de la Iglesia, quiere volver. El padre le pide que vuelva al día siguiente para tratar pastoralmente la cuestión y mientras le recomienda la lectura de Lucas 15, donde está la parábola del hijo pródigo. Esa misma noche, Francisco Javier se arrodilló en su casa y rezó un padrenuestro, esta vez ya como auténtico creyente. Experimentó el amor de Dios Padre que recibe al hijo que un día había abandonado el hogar y que ahora volvía a casa. Es el milagro de la conversión. Su primera misa fue a escondidas y un tanto confusa ya que él no conocía prácticamente nada del rito. Su primera confesión duró dos horas tras la cual comulgó por primera vez en 40 años. Comparte su nueva realidad con su esposa, la cual también acabó animándose a volver a la Iglesia. Peregrino a Santiago, hoy Francisco Javier es testimonio vivo de cómo nunca es tarde para volver a la senda de Dios.
Tras maravillarnos de la obra de Dios en la vida de Francisco Javier, nos dispusimos todos a asisitir a la Misa en la Catedral del Salvador Ávila, presidida por el Excelentísmo Sr. D. Jesús García Burillo, Obispo de Ávila. Siempre es un privilegio asistir a una celebración litúrgica presidida por un sucesor de los apóstoles y tanto más si es en una Catedral como la de Ávila, tierra de santos, tierra de Santa Teresa.
De vuelta al salón del congreso, llegó mi turno de compartir mi testimonio de conversión y regreso a la Iglesia Católica. Yo también nací en una familia católica como mis predecesores, pero tuve el privilegio de que mis padres eran verdaderamente católicos practicantes. Aunque mi padre tuvo bastantes dificultades en aceptar los cambios producidos en la Iglesia tras el Concilio Vaticano II, lo cierto es que no abandonó la práctica religiosa y todos los domingos asistía a la primera misa dominical, cuando yo todavía dormía placidamente en mi cama. Mi madre fue catequista durante varios años y la verdad es que tenía capacidad de transmitir bastante bien los fundamentos de nuestra fe a los niños. Yo me aproveché de eso y, sobre todo, del hecho de que fui educado por los padres Escolapios en el colegio que éstos tienen en Getafe, provincia de Madrid. Transmití a los presentes mi agradecimiento público a los padres y profesores que supieron inculcarme unos valores que estoy seguro que tienen poco que ver con los que se transmiten hoy a nuestros hijos, sobre todo en la escuela pública. A los diez años recuerdo claramente haber tenido una vocación temprana al sacerdocio, gracias al testimonio que unos seminaristas compartieron con los chicos que quisimos escucharles después de las clases. A mi abuelo paterno, que había sido anarquista antes y durante la Guerra Civil, casi le dio un pasmo cuando su único nieto le dijo que quería ser cura. Aunque estoy convencido de que fue una experiencia genuina aquello no duró mucho pues tampoco tuve un seguimiento especial por parte de mis padres, supongo que en parte debido a mi condición de hijo único. El resto de mi infancia transcurrió sin mayores sobresaltos pero a los dieciséis años me quedé sin padre de la noche a la mañana. Aquello supuso el inicio de un calvario que casi me lleva a la tumba. La relación con mi madre, en vez de fortalecerse a través de un mutuo apoyo del uno al otro para superar la pérdida de mi progenitor, empeoró a pasos agigantados. Yo estaba en una edad muy difícil y ella empezó a visitar a curanderos y videntes para que le ayudaran a superar los dolores que le causaba una afectación del nervio ciático sufrida tras una operación de implante de prótesis de cadera y los dolores que tenía en el alma por la pérdida de su marido y por su relación conmigo. Desgraciadamente no hubo entonces ningún sacerdote que la explicara que eso que hacía era incompatible con la fe católica. Al final acabé con una depresión profunda que me llevó incluso a intentar quitarme la vida consumiendo pastillas pero Dios tenía otros planes y no dejó que acabara mis días de esa manera. La relación con mi madre siguió por muy mal camino pero poco a poco salí del bache, gracias sobre todo a un primo hermano que me ayudó mucho y a la que después habría de convertirse en mi esposa. Pero aunque mi salud mental fue mejorando, la espiritual empeoró más si cabe. Me había apartado totalmente de la Iglesia y me acerqué al mundo del esoterismo, la Nueva Era y esa nueva versión del espiritismo de toda la vida que es el mundo de los contactados con supuestos extraterrestres. Lo peor de todo es que la persona que me dio un curso de control mental que no era otra cosa que el disfraz de una técnica para contactar con supuestos seres superiores, era un sacerdote franciscano. Mi madre no veía nada malo en todas estas nuevas actividades de mi vida pues al fin y al cabo no hay gran diferencia entre ese mundillo y el de los curanderos y videntes. Fue entonces cuando me casé, sólo por lo civil, con Lidia, mi esposa. Realmente éramos unos críos inmaduros, sobre todo yo, pero el Señor ha querido que nuestro matrimonio haya sobrevivido a muchos momentos de extrema dificultad.
Cuando nuestro primer hijo contaba con dos años de vida, algo cambió nuestras vidas. Mi esposa no me había seguido en mis andanzas por la Nueva Era pero sí respetaba todo lo que yo hacía sin entrometerse demasiado. Pero un matrimonio amigo que llevaban muchos años en el esoterismo se convirtió al cristianismo evangélico leyendo la Biblia. A los pocos meses nos invitaron a pasar un fin de semana en su casa y fue allá donde yo empecé el camino de vuelta a la fe de mis antepasados. Me reconcilié primero con el Dios de la Biblia, con el Salvador del mundo. Mi esposa siguió mis pasos pocos días después y ambos nos integramos en una comunidad eclesial evangélica pentecostal, Amistad Cristiana. Durante los años que fuimos miembros de esa congregación puedo decir que crecimos y maduramos como cristianos, aunque siempre limitados por nuestra condición de pecadores que no están en plena comunión con aquella en quien subsiste plenamente la Iglesia de Cristo y en quien se hallan todos los tesoros de la gracia divina. Al año de mi conversión al protestantismo evangélico me bauticé como tal en las Lagunas de Ruidera, Ciudad Real. Por una parte eso suponía una afirmación de pertenencia a la fe que profesaba pero por otra era, paradójicamente, una ruptura de facto con la fe católica de la cual negaba la validez de su bautismo. Mi esposa hizo lo mismo un año después. Dado que mi madre se enfadó bastante con el camino que yo había adoptado, mis enfrentamientos con ella subieron de tono. Para mí, el catolicismo era el culpable de que una mujer teóricamente preparada como mi madre hubiera acabado entregándose a curanderos y videntes sin que nadie la dijera que eso estaba en contra de Dios. Dado que yo mismo había recibido conocimientos esotéricos por boca de un sacerdote católico, estaba convencido de que la degeneración de la Iglesia Católica era un hecho innegable. Además, la propia naturaleza de las doctrinas protestantes que se oponen a la verdad católica, me llevó a afirmar delante de mi madre que las apariciones marianas eran obra de Satanás, cosa que a ella le sacaba de quicio dado que era una habitual peregrina al santuario Lourdes. La sima que nos separaba se agrandó y parecía que no habría ninguna posibilidad de que alguna vez pudiéramos hablar de las cosas de Dios sin pelearnos.
Por razones laborales tuvimos que dejar la congregación a la que pertenecíamos y aquello coincidió con mi primer contacto con el mundo de Internet. En poco tiempo me convertí en un asiduo a los foros de debate religioso, especialmente evangélicos, donde desarrollé una labor de ataque continuo y sistemático a la fe católica. Dado mi interés por autoformarme teológicamente en la apologética evangélica, en poco tiempo adquirí bastante habilidad para ganar batallas teológicas con católicos de escasa preparación. Sirva esto como aviso para navegantes. Es absolutamente imprescindible que los católicos que no tengan un mínimo de preparación teológica se abstengan de participar en foros de discusión donde haya miembros de otras confesiones cristianas o de otras religiones que pueden engatusarles con facilidad. Al mismo tiempo desarrollé un interés cada vez mayor en el estudio de la Historia de la Iglesia, aunque al principio lo hacía bajo el prisma protestante que ve en el emperador Constantino la fuente de corrupción del cristianismo. Pero lo cierto es que, como dice el Cardenal John Henry Newman, “quien estudia la historia de la Iglesia, deja de ser protestante”. Efectivamente, la Iglesia de los primeros siglos anteriores a Constantino quizás no era calcada a la Iglesia Católica o la Ortodoxa, pero sin duda no era protestante. Entendí que el protestantismo no era sino el mismo grupo de sectas y grupos heréticos que abundó en esos siglos y que a veces sólo tenían en común su oposición a la verdadera Iglesia de Cristo. El pecado de la división, para los cristianos de entonces, era el más grave de los posibles y el protestantismo no era otra cosa que la encarnación de la división eclesial. Únase a ese descubrimiento de la realidad del protestantismo el que yo, gracias a lo que me dijo en un foro un cristiano ortodoxo descubriera en la Biblia quién es la Iglesia de Cristo, columna y baluarte de la verdad, Cuerpo de Cristo y su plenitud, y tendremos que los cimientos del “Luis Fernando apologeta evangélico” se tambalearon como un castillo de naipes sobre el que se sopla con fuerza. Cuando constaté que la doctrina de la justificación por la sola fe, base fundamental de la Reforma, no sólo no tenía asidero en las Escrituras sino que era contradicha expresamente en Santiago 2:24, entendí que no podía seguir siendo protestante por más tiempo.
Tras ocho años y medio como cristiano evangélico, el panorama que se me presentaba por delante no era precisamente fácil. Por una parte, no podía regresar sin más a la Iglesia Católica, la cual había sido objeto durante años de mis ataques en los foros de Internet y mis conversaciones con mi madre. La Iglesia Ortodoxa era una opción mucho más aceptable para mí aunque ciertamente temeraria por mi desconocimiento de la realidad eclesial ortodoxa. Pero mis dudas desaparecieron cuando asistí por vez primera a una liturgia bizantina en la parroquia ortodoxa griega que hay en Madrid. Aquella liturgia enamoró mi alma. Me sentí trasladado al cielo y supe desde entonces que había puesto mis pies en el cristianismo auténtico. Cuando poco después me uní a los cultos de la comunidad ortodoxa rumana que había en Madrid, dirigida por el Padre ortodoxo Teófilo Moldován, creí que mi destino final era convertirme en ortodoxo para el resto de mis días. Pero Dios tenía otros planes. Mi mujer, aunque entendía las razones para dejar de ser evangélico, no estaba dispuesta a seguirme camino de la Iglesia Ortodoxa. Eso era un problema no pequeño pero yo estaba dispuesto a enfrentarme a ello. Distinto fue el caso de mi madre. Cuando le dije que quería hacerme ortodoxo, una sonrisa de oreja a oreja apareció en su rostro. Me preguntó porqué no me hacía católico pero en el fondo ella pensaba, como muchos católicos, que la Iglesia Ortodoxa era como la Católica pero sin Papa. Fue precisamente entonces cuando enfermó de cáncer de hígado. Yo sabía que apenas la quedaban un par de meses de vida y cuando me manifestó su intención de visitar Lourdes a la vuelta del verano, supe que a menos que yo la llevara, ella no podría ver satisfecho su propósito. Cuando le propuse ir en coche un fin de semana, aceptó de inmediato. Para mí aquel viaje era cualquier cosa menos fácil. Durante años había debatido con católicos sobre el dogma de la Inmaculada Concepción. Especialmente duros fueron los que mantuve con un fraile dominico colombiano, el Padre Nelson Medina, que tuvo la paciencia y el amor de soportarme durante año y medio tratando la cuestión. Claro que al cabo de ese año y medio, él siguió donde estaba y yo había emprendido el camino hacia su Iglesia. Dios sabe cuánto debo a Fray Nelson por sus palabras, por sus oraciones, por su amistad. El caso es que aquel joven que había dicho años atrás a su madre que la aparición de Lourdes era de origen satánico, viajaba con su madre enferma terminal al santuario de la Inmaculada Concepción. Es difícil explicar con palabras lo que aquel viaje supuso para mí. A Lourdes llegué con una madre. Volví con dos. Si Cristo había entregado su Madre al apóstol Juan en la cruz, a mí me la entregó en Lourdes. Fue allá donde el proceso de conversión a la fe entregada una vez a los santos arraigó en mi corazón. Lo poco de protestante que me quedaba murió en la gruta donde la Virgen se apareció a una pequeñuela francesa que luego se convirtió en santa. Regresé a Lourdes y mi madre murió poco después, tras haber recibido por expreso deseo mío todos los sacramentos. Y se ve que en cuanto ella llegó a lugar donde nos purificamos antes de entrar en la presencia de Dios, empezó a orar por nosotros para que completáramos el regreso a la Iglesia Católica. Sus oraciones fueron escuchadas y al mes siguiente, después de recoger a nuestros hijos en el colegio le pregunté a mi esposa “Lidia, si regreso a la Iglesia Católica ¿vendrás conmigo”. Un sí acompañado de una sonrisa fue su respuesta. Poco después nos casamos por la Iglesia, bautizamos a nuestro segundo hijo y desde entonces intentamos vivir sirviendo a Dios en la Iglesia que Cristo fundó sobre la roca, sobre Pedro y su confesión de fe.
La última intervención del congreso fue la del testimonio de David John Rey. Nacido en Chicago su padre era musulmán y su madre protestante. En realidad en su familia no se practicaba casi ninguna de las dos religiones. Si acaso alguno de los preceptos y costumbres musulmanas. Cuando la madre quiso celebrar un año la Navidad, el padre la amenazó de muerte lo cual es una demostración papable del ambiente en el que David tuvo que vivir durante buena parte de su infancia. Otro año, a pesar de las amenazas, su madre decidió poner un árbol de Navidad antes del 24 de diciembre. Su padre no hizo nada pero al poco tiempo desapareció del hogar para no volver más. A pesar de las dificultades, la familia ya fue más libre para poder asistir a la congregación bautista a la cual pertenecía la madre de David. Él no entendía mucho de lo que allá se predicaba pero el ambiente le gustaba y durante un tiempo fue un chaval más que acudía al culto dominical con su madre y su hermana. Pero cuando se convirtió en adolescente abandonó la comunidad religiosa bautista y se hizo miembro de un grupo de música rap. Durante cuatro años estuvo viviendo como rapero lejos de Dios y de toda religión. Pero su alma estaba vacía. Un día sintonizó por casualidad un canal de televisión donde un telepredicador estaba hablando palabras que parecían dirigidas al corazón de David. Cristo estaba llamado a la puerta y David decidió abrir. Se convirtió al Señor y decidió volver a la congregación bautista de su madre. Pero no era allí donde Dios le quería. Viendo otro canal de televisión, apareció un monje católico vestido de hábito hablando de temas espirituales. David estaba sorprendidísimo porque apenas había visto nunca un monje católico vestido como tal y mucho menos en televisión. Pero lo que aquel hombre de Dios decía tocaba su corazón. Empezó a interesarse en lo que la Iglesia Católica enseñaba y pronto entendió cuáles eran los fallos del protestantismo y cuáles los tesoros que aguardan en la Iglesia Católica a los que entran en ella. Un año después, se hizo católico y al poco tiempo se hizo miembro consagrado de Miles Jesu. Hoy vive en España donde desarrolla la misión que sus superiores católicos le han encomendado.
Todos estos testimonios no son sino una breve muestra de lo que Dios está haciendo en miles y miles de personas a lo largo del mundo. Ahora que parece que las iglesias se vacían y que gran parte de la juventud no quiere saber nada del Señor y de su Iglesia, el testimonio de los conversos es como un grito de esperanza y de reafirmación de que la fe en Dios y la pertenencia a la Iglesia de Cristo son la respuesta a la necesidad de cualquier hombre y mujer, vengan de donde vengan, hayan vivido lo que hayan vivido. La “enfermedad” del converso es contagiosa. Su celo por la fidelidad a Dios y la Iglesia es semilla para nuevas conversiones. Entre los más activos apologetas católicos anglosajones que abundan en Internet, un gran número de ellos son conversos al catolicismo. Tanto si fueron previamente católicos como si vienen de otro tipo de cristianismo, los que entran de adultos en la Iglesia Católica a veces entienden mejor que los que llevan dentro toda la vida lo que significa ser católico y la gracia que se deriva de ese hecho. Por supuesto eso no significa que lo ideal sea el que todo el mundo abandone la Iglesia para darse luego cuenta de lo que se han perdido dentro. No, ni mucho menos. De hecho, desgraciadamente muchos de los que salen no vuelven jamás y gran parte de los que están fuera no se plantean siquiera dirigir su mirada hacia el catolicismo. Por otra parte, una de las características más comunes a todos los conversos a la Iglesia es que han aprendido a amarla a pesar del pecado de algunos de sus miembros. Cuántas veces los católicos se empeñan en dar pábulo a las informaciones y críticas que se expresan contra su Iglesia en los medios de comunicación y en círculos anticlericales y anticatólicos. Pero quien encuentra a una madre tras años de pérdida no permite que sus arrugas y sus canas le impidan amarla con amor filial. Es también típico en los conversos su fervor por la pureza doctrinal. No se ve en ellos un espíritu de dejadez y displicencia ante aquellos que desde dentro de la Iglesia quieren cambiar su esencia y sus doctrinas y moral. A veces su celo puede ser un poco exagerado, como el de los zelotes, pero eso sirve como contrabalanza contra tanta tibieza presente en algunos ámbitos católicos. Y para terminar, debe quedar constancia de que la figura del converso es un elemento clave para entender cuál es el verdadero ecumenismo, que no consiste en otra cosa que el que todos los cristianos alcancen la plena comunión con Cristo a través de su Vicario en la tierra, a través de su única Iglesia. Dios nos ayude y nos bendiga.