A ti, Jesús, te lo debo

Si anduve por la colina

y hallé por fin este templo;

si en esta tarde dorada

se eleva mi pensamiento

y sueña que así te alcanza,

a ti, Jesús, te lo debo.

Si el viento de la mañana

abunda de tu recuerdo,

y el campo de verde espiga

repite tu Nombre al viento;

si todos de ti me hablan,

a ti, Jesús, te lo debo.

Pero si todos callaran,

quedando solo el silencio,

también allí me hablaría

la música de tu Verbo;

también allí te diría ;

a ti, Jesús, te lo debo.

Señor de los tiempos

Dios Eterno,

Señor de los tiempos.

Dios Inmenso,

tan dentro en cuanto existe.

Dios Poderoso:

tu fuerza hace ser.

Dios Santo,

tan distinto de todo.

Dios Bueno,

sólo tú eres digno de ti.

Dios Padre,

amable Padre de Jesús.

Dios Infinito,

Dador del Espíritu Santo.

Dios Cercano,

aguardamos tu visita.

Dios Piadoso,

¡que vuelva tu Cristo!

Dios Amor,

¡que venga ya el Señor!

Amén.

Cristo, Verbo del Padre

En la luz esplendorosa de tu Verbo

reconoces, oh Padre, tu mirada;

en los ojos de Cristo Nazareno

tu Figura y tu Semblanza,

el reflejo de todo el universo

y el fulgor infinito de tu Llama.

Y te agrada percibir su acento,

que es la voz de tu misma Palabra;

te gusta escuchar al Nazareno,

cuando, de noche, a solas, te alaba;

y le llamas tu Hijo Verdadero,

Aquel a quien tanto amas.

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Caminando, caminando

Caminando, caminando,

fui al taller del alfarero:

con el agua y con el fuego,

con el arte de sus manos,

tomaba el antiguo barro,

lo removía por dentro

y plasmaba su pensamiento

en nuevos y hermosos vasos.

Por la fuerza de su brazo,

poco a poco iba saliendo,

ya creado, el universo,

como bellísimo vaso.

De la nada hizo el barro

mi amigo el alfarero,

de lo antiguo, todo nuevo,

de la noche, el día claro.

Ante aquel grande trabajo

simple, fuerte, limpio y bello,

yo miraba al Alfarero,

me veía entre sus manos,

y oí mi nombre en sus labios.

Con el fuego de su aliento,

plasmaba su pensamiento

en nuevos y hermosos vasos.

Sobre todo lo creado,

mi Amigo el Alfarero,

poderoso sin esfuerzo,

es eterno, justo y sabio.

Día a día, trabajando,

su Palabra sigue haciendo

de lo antiguo, todo nuevo,

y de la noche, el día claro.

Caminando, caminando,

fui al taller del Alfarero,

Alfarero, Dios y dueño,

con el arte de sus manos

me hizo capaz de amarlo.

Cuando nos dio su Hijo Eterno,

plasmaba su pensamiento

en nuevos y hermosos vasos.

Las otras formas de lenguaje (4)

4. El Sueño de la Razón

Creo que las anteriores consideraciones sobre el lugar del concepto tienen un impacto considerable particularmente en lo que atañe a la enseñanza moral de la Iglesia Católica.

El presupuesto con el que los católicos, o por lo menos nuestro Magisterio, parece sentir que toda discusión debe comenzar es con una definición de términos. Esto es útil si uno ya cree y admite lo que cree y admite la Iglesia pero conduce a callejones estériles en los demás casos.

Ejemplo típico: a Septiembre de 2005 circulan rumores sobre un documento del Vaticano que, para lo sucesivo, prohibirá que homosexuales sean ordenados sacerdotes. Como planteamiento teórico es algo que la mayoría de los católicos entiende, por no decir aprueba: las cifras de pederastia homosexual indican claramente una tendencia frente a la cual hay que hacer algo–además de pagar multas multimillonarias para suspender procesos judiciales escabrosos. Es un hecho también que la mayoría de los papás católicos no quieren que sus hijos sean educados por religiosos o sacerdotes que son homosexuales. De acuerdo con eso, y con la ley de las mayorías en los ambientes democráticos, debería ser sencillo que la supuesta nueva ley del Vaticano (no promulgada a mediados de Octubre de 2005, cuando escribo esto) encontrara un ambiente receptivo y fuera vista como un paso hacia delante.

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Las otras formas de lenguaje (3)

Continuamos el hilo que habíamos dejado.

3. No toda luz es “claridad”

El concepto de claridad tiene en Occidente un claro tinte cartesiano. Ahora bien, en Descartes la claridad es un requisito para la certeza, y en ese sentido emerge como una exigencia del Yo, que queda desde el principio situado al centro.

Ver las cosas “claras,” en esta perspectiva, termina sobreestimando el poder del concepto. Todo se juega en el concepto. El ideal del conocimiento es: definir nociones, establecer axiomas autoevidentes, y establecer un procedimiento que conduzca a conclusiones necesarias. En un contexto de ciencia moderna, se especifican dos cosas: diseñar hipótesis y explicar, a partir de un marco teórico consecuente, cómo podrían ser falseadas esas hipótesis (Popper). Sin embargo, nótese que lo esencial no proviene de la instrumentación a través de hipótesis, ni mucho menos de la ulterior implementación matemática o cibernética, sino de la marcha que va del concepto hacia la conclusión.

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