4. La fealdad de la Cruz
Cuando se quiere hablar de los signos de la presencia de Dios en el mundo suelen escogerse parajes hermosos y solemnes: una puesta de sol, una flor bellísima, el rostro perfecto de un niño o de una niña. La Biblia, sin embargo, piensa diferente. La máxima revelación de Dios acontece en la deformidad de un hombre torturado, en la fealdad de una cruz de espanto, en la monstruosidad de una condena injusta y en un baño de sangre que espanta y aterra.
Isaías lo había anunciado (capítulo 53, 1-3):
¿Quién va a creer lo que hemos oído?
A quién ha revelado el Señor su poder?
El Señor quiso que su siervo
creciera como planta tierna
que hunde sus raíces en la tierra seca.
No tenía belleza ni esplendor,
su aspecto no tenía nada atrayente;
los hombres lo despreciaban y lo rechazaban.
Era un hombre lleno de dolor,
acostumbrado al sufrimiento.
Como a alguien que no merece ser visto,
lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta.
Por supuesto, hay mucho más que despliegue de fealdad en la Cruz de Cristo. Es ella ante todo el despliegue de un amor inconmensurable: un amor que revela la fealdad de nuestro ser desfigurado al mismo tiempo que lo transfigura y renueva. Así continúa Isaías (53, 4-5):
Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos,
estaba soportando nuestros propios dolores.
Nosotros pensamos que Dios lo había herido,
que lo había castigado y humillado.
Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía,
fue atormentado a causa de nuestras maldades;
el castigo que sufrió nos trajo la paz,
por sus heridas alcanzamos la salud.
Debemos decir entonces que la fealdad de la Cruz es realismo, porque es la revelación de una verdad. Si nos parecen horrendas las llagas de Cristo, recordemos que simplemente nos están dejando ver lo horrendo de nuestra condición pecadora, pues fue el pecado quien labró la Cruz para Cristo: la traición, el egoísmo, la codicia, el orgullo, la mentira, y muchas más obras de las tinieblas forjaron esa Cruz.
Pero esa no es toda la realidad. Si es real nuestra miseria, es real también la misericordia del Altísimo, y eso también lo revela la Cruz. Es así que lo más feo es ahora signo de lo más hermoso, y lo más espantoso ya no es fuente de terror sino anuncio de paz.
Hay en esto una pedagogía que creo que debemos traducir a la evangelización. Estoy convencido de que la Cruz, con su esplendor y elocuencia singulares, debe estar mucho más presente en la predicación y la vida de la Iglesia. El alma humana necesita de la Cruz para no adorar calaveras mudas sino a la Palabra Encarnada, la que muriendo nos dio vida y padeciendo nos libró de la muerte.
Verdaderamente Dios es el único capaz transformar realidades y de animar al ser humano a seguir viviendo porque en Él siempre está lo bello, lo Eterno y en Jesús Él nos mostró su amor y el triunfo sobre la muerte, porque de la cruz una realidad de “fealdad” como la llamas Dios hizo brotar la Vida.
Aprovecho para darte a ti y a tu Provincia de Colombia mi sentido pésame por el fallecimiento de tu hermano de Congregación; los “amigos en la fe” estamos unidos en todos los momentos de la vida…los bellos y los no tan bellos.