3. El arte de lo feo
El recurso a lo tradicionalmente considerado como feo ha sido un ingrediente cada vez más presente en algunas actividades artísticas. La literatura latinoamericana tuvo su “nadaísmo” y Francia su Baudelaire y su Verlaine. El mundo anglosajón ha conocido el rock metálico y satánico, y los videos de decapitaciones tienen siempre amplio público en Internet.
Ser o parecer malo, violento, es casi una aduana obligada para millones de jóvenes, que se visten con calaveras o marcan su piel con tatuajes chocantes. Los propagandistas del satanismo o de religiones neopaganas aluden siempre a la experiencia de libertad. En los países escandinavos crece la popularidad de los cultos naturistas precristianos, aun sabiendo que, como sucedió con los druidas, tales cultos incluían sacrificios humanos. ¿Por qué todo esto? ¿Locura colectiva? ¿Hastío de un mundo donde todo está tan resuelto que ya aburre? ¿Revancha del diablo y sus secuaces?
Creo que hay unas tres claves de comprensión que pueden ser útiles.
1. Entre los antiguos griegos y romanos la misericordia tenía en realidad mala prensa. Ser compasivo era ser un blandengue, un manipulable. El mundo pagano ha sido siempre un mundo donde priman la dureza y la capacidad de luchar por lo propio, sin miramientos ni leyes últimas. Los héroes del mundo clásico, por ejemplo en Homero, son gente que gravita básicamente entorno a su propio querer, aunque luego resulte, en reduplicación de la ironía, que su querer no era suyo sino de algún dios o diosa. El retorno al paganismo, al naturismo en cuanto culto, o al satanismo incluso, es en parte un anhelo de recobrar esa capacidad de unificar la voluntad en una resolución intensa y eficaz.
2. La fortaleza, como dijo Santo Tomás, no es sólo capacidad de empeñarse en cosas arduas, sino también la cualidad de resistir el embate de las adversidades. La gente que se rodea de fealdad está tratando de hacerse fuerte también en este sentido: intentan conjurar todos los miedos posibles; quisieran mirar incluso a la muerte a la cara, pues suponen, y en ello hay algo de lógica, que si uno aguanta la mirada gélida de la muerte, uno puede aguantarlo todo. De aquí toda esa necrofilia estética y esa especie de gusto por lo desmañado, lo horrendo o lo trágico.
3. Todo este neopaganismo es a la vez fruto y semilla de soledad. Es el desamparo emocional en que crecen millones de personas, especialmente en los países llamados desarrollados. El lenguaje de la muerte y el enfrentarse a lo horrendo les hace sentir que están pisando tierra firme, porque su realidad lo que les grita es eso: soledad y abandono. Muchos de ellos sienten una rabia infantil y mal argumentada contra el cristianismo, al que calificarían, con Nieztsche o Schopenhauer, como una ilusión culposa o punible de la mente humana. Sienten que la lógica real, la del mundo y la vida, es la de una naturaleza implacable, un universo anónimo y una sociedad rapaz, y piensan que para encarar una vida así sirve más acostumbrarse al hedor de las tinieblas.
Hay sin embargo otro modo de abordar las demandas en parte justas de toda esta generación de adoradores de lo feo. Isaías dijo que el Mesías estaba tan deforme que “ni siquiera parecía humano.” De ese verso queremos hablar, y lo haremos, con el favor de Dios.