2. Estética y Metafísica
Aparentemente el terreno de los gustos es del todo subjetivo, según aquello de que entre gustos no hay disgustos. Sin embargo, uno ve que si una persona se afianza en ciertos gustos, tarde o temprano eso trae consecuencias. Hay estudios sobre ese tema desde diversos ángulos. Una película reciente en Irlanda explora muy a fondo el caso de una mujer que se interesa por las imágenes de personas muriendo. La suya es una especie de necrofilia estética. Toda la cinta es seguirle la pista a ese “gusto” por la muerte y sus devastadoras consecuencias.
Algo parecido puede decirse de la pornografía. A pesar de que se diga que es cosa de adultos que obran “libremente,” la experiencia muestra que el gusto por lo que produce placer instantáneo, y sin vínculo ni responsabilidad, termina ligado a diversas formas de depravación y finalmente al abuso de niños o explotación de países o culturas pobres. El mapa del turismo sexual es el mapa de la pobreza.
Para mí, lo mismo que para muchísima gente, es claro que existe lo repugnante “en sí mismo,” por así decirlo, y pienso que es algo que está siempre relacionado con la maldad, o más particularmente con el amor a la maldad. Sin embargo, esa no es una buena noticia para el mercado, ídolo dominante de nuestro tiempo. Al mercado le conviene que todo se venda, y que si hay gente que quiere videos de violaciones de niños, pues que esa gente pague y obtendrá lo que quiera.
No es nueva, de hecho, la idea de explotar lo grotesco. Basta recorrer la historia de los espectáculos del coliseo romano para extrañarse de la capacidad humana para el sadismo. Uno termina por preguntarse en dónde radica la atracción de lo repugnante, a pesar de que etimológicamente lo “re-pugnante” es aquello que nos golpea y aleja.
Sin embargo, es posible explicar hasta un cierto punto esa pasión por lo deforme, que aparece en tantas personas y circunstancias. Tiene que ver con la exploración de los contornos del ser. Incluso el sádico más perverso no escapa del deseo de hallar lo que Heidegger llamaba “la casa del ser.”
En esta línea va Santo Tomás cuando dice que hay algo que uno no puede dejar de desear: una de las afirmaciones más sorprendentes o quizá chocantes para nuestro tiempo. Uno no puede dejar de desear el bien, bajo alguno de sus aspectos. Así enseña Tomás. El peor de los villanos busca hallar un límite, o ejercer un poder, o apropiarse de alguien, pero en su crueldad, rebeldía o escape hacia la locura, como en Nietzsche, sigue queriendo alguna forma de bien. Un bien parcial, mutilado, enajenado, desfigurado… pero un bien.
Ese bien, afirma Tomás, tiene siempre una relación con el ser, hasta el punto que incluso quien busca quitarse el ser toma su extrema decisión porque le parece preferible a algo, y en el acto de preferir está buscando algún modo de bien para su alma atormentada.
Según todo ello, lo más parecido a la fealdad absoluta sería la resolución coherente de perseguir la nada y negar el sentido y la posibilidad a todo lo bueno. El problema es que esa fealdad requiere inteligencia y voluntad perseverante, por lo que viene a resultar que incluso quienes toman esos caminos, como decir, los demonios o las personas que han sido llamadas genios del mal, necesitan primero ser muy buenos en muchas cosas, para poder deformarse. Hay una tradición fuerte en la teología católica que piensa que el Anticristo tendrá que ser una persona así: notable y sobresaliente pero interiormente deforme y malintencionada.
Lo cierto entonces, y de nuevo estamos del lado del santo de Aquino, es que no hay un ser “absoluto negativo,” al modo que Dios es un “absoluto positivo.” Pero no hemos perdido nuestro tiempo: hemos descubierto cuántas cosas unen lo estético, lo moral y lo metafísico.