El perdón floreció en tus manos
y la paz, en tu corazón;
y en tus pies crucificados,
por tu gracia, Cristo Amado,
se levanta el mundo a Dios.
El amor que llenó tu Día
rebosaba al atardecer:
maduraban las espigas,
se acercaba la vendimia
para el pueblo de Israel.
El dolor te vistió de luto
y la muerte rodeó tu Cruz,
mas la noche de este mundo
sobre tu cuerpo desnudo
no logró apagar tu luz.
Las espinas de nuestra tierra
se trenzaron sobre tu sien;
y reunida la maleza
con el Fuego que te quema,
se quemó hasta perecer.
El pecado creyó victoria
ver tus ojos por fin dormir;
no sabía que su sombra
preludiaba aquella gloria
que ya no conoce fin.
Tan herido y tan desolado,
muerto en duelo tan desigual,
con la lanza del soldado
nos abriste tu costado,
¡oh piadoso Rey de Paz!