Por amor extendiste tu mano
hasta las fronteras de la nada,
y de la nada, tu fuerza soberana
todo lo creó y sigue creando.
Por amor tú formaste un Paraíso:
un Jardín, una Casa para el hombre;
y cuando el pecado lo hizo pobre,
tú quisiste con amor hacerlo rico.
Por amor castigaste su pecado;
por amor lo expulsaste del Edén;
por amor le enseñaste a temer;
por amor enjugaste su llanto.
Por amor escogiste a tu siervo,
a Abraham, de la tierra de Ur;
sólo por amor querías tú
que naciese de su ser un pueblo nuevo.
Por amor nos llevaste a Egipto,
y de Egipto nos llamaste un día,
porque el pueblo de tu amor ya no podía
vivir, oh Dios, sino contigo.
Por amor celebraste la Pascua,
de camino, Señor, hacia el Mar Rojo;
con amor reprimiste tu enojo
y en amor le ofreciste tu Alianza.
Por amor perdonaste los pecados;
por amor soportaste rebeldías;
por amor hacia ti nos atraías;
por amor nos amaste tanto.
Por amor a veces te callabas,
y otras veces, en voz de tus profetas,
de tus sabios, Señor, o tus poetas,
herías a tu pueblo y lo sanabas.
Por amor nos llevaste al Destierro,
a la tierra sin fe de Babilonia,
al país de tinieblas y de sombras
del que sólo volvió un pequeño Resto.
Por amor nos quisiste bien humildes,
porque bien sabes tú quién te enamora:
nada en lo creado a ti te asombra,
nada te atrae, sino la fe firme.
Por amor hiciste pura a aquella Niña,
la misma que llenaste de tu gracia,
la Hija de Sión, Nuestra Esperanza,
la pobre, virginal y fiel María.
Por amor ella concibe siendo virgen,
y en sus entrañas, por tu amor inmenso,
reviste con su carne al Verbo Eterno
que contigo desde siempre existe.
Por amor Cristo Jesús es Dios y hombre;
por amor predica, y sana, y salva;
por amor nos enseña y nos levanta;
por amor, siendo rico, se hace pobre.
Por amor Cristo sigue tu designio:
va camino de la Cruz gloriosa,
cuya gloria sólo en él reposa,
en él, oh Padre, tu obediente Hijo.
Por amor aceptaste, Padre Santo,
la lúgubre visita de la muerte;
por amor de tu pueblo tan rebelde,
entregaste a tu Hijo tan amado.
Por amor tú sacaste del sepulcro
a Jesús, que inmortal ya para siempre,
vencedor del pecado y de la muerte,
se levanta como Rey de todo el mundo.
Por amor tú recubres con la sangre
victoriosa de Jesús Resucitado
lo presente, lo futuro y lo pasado
del pueblo que eternamente amaste.
Por amor que tu amor hizo tan grande,
nuestros días de paso en esta tierra
son camino, Señor, y son la senda
hacia ti, Padre Bueno, Nuestro Padre.
Por amor a la Iglesia de tu Hijo
se levanta feliz nuestra esperanza,
y la fe, llena de amor, a ti te alaba
en la gracia de amor del Santo Espíritu.
Por amor nos creaste y perdonaste,
y porque un mismo amor tienes a Cristo
y a quienes llamas en verdad tus hijos,
en el amor de Cristo te llamamos: “¡Padre!”
Amén.