Hace unos días fui a comer algo ligero a un restaurante de comidas rápidas. A poco de sentarme, una señora se sentó en la mesa de al lado; iba acompañada de su pequeña hija. Ambas eran bastante morenas.
No podía yo evitar mirar a mis vecinas. La madre, una mujer de unos 40 años, robusta, metida completamente en sus cavilaciones. Un rostro inexpresivo, tal vez con un reflejo de cansancio, desilusión o hastío. Apenas miraba su comida.
La hija, una chiquilla de ojos vivos y bellos, cansada de buscar algo de atención de la mamá, miraba con bastante poco interés su emparedado. Sus ojitos, como radares de afecto, buscaban solamente otros ojos, y se encontraron con los míos.
Durante los doce minutos que compartimos la niña me miró veinte veces. Trataba de sonreír a veces, sin lograrlo del todo. Desconozco si hablaba inglés o si sólo conocía alguna lengua o dialecto africano. Me gustaría muchísimo saber si podía preguntar algo, si por su mente cruzaban palabras, si tenía algún amigo, si había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien le abrazó con cariño y con tiempo.
Y me gustaría saber qué será de ella. ¿No buscará después, a cualquier precio y por cualquier camino, el amor que ahora se le niega?
Me gustó lo que escribiste y me hiciste pensar. coincido plenamente con tu hipótesis.
Felicitaciones por el nuevo formato de tu diario.
(Soy de argentina, pero no habia opción para castellano de mi pais, asi que elegà el de Venezuela, por cercanÃa geográfica)
Saludos.