Conocedor de cuánto les gustan las cerezas a los monos, un cazador inventó un sencillo método para cazarlos:
Colocó una en el interior de un frasco de vidrio y lo dejó abierto en la selva. Cuando llegó el primer mono, metió la mano en el recipiente, decidido a atrapar el apetitoso fruto. Instintivamente, cerró el puño con firmeza y observó, con inesperada tristeza, que no podría lograr su objetivo con su preciso manotazo. La mano había quedado atascada por la boca del frasco, aunque con el fruto alcanzado.
El cazador se acercó rápidamente al mono, lo ató, le dio un fuerte y preciso golpe en el codo y logró sacar la mano con la cereza, preparada e intacta para una nueva víctima golosa.
A veces en la vida nos ocurre algo muy similar: Por no soltar algunos apegos queridos, quedamos anclados al dolor, debilitados y vulnerables ante cualquier mínimo temporal devastador.
Una simple apertura de mano, un soltar oportuno, puede hacernos percibir y lograr nuevos objetivos, mucho más importantes que el inicial y rutinario…