El Catecismo Holandés
El término catecismo suele asociarse con la infancia. Los niños necesitan recibir los rudimentos o bases de la fe, y por eso una asocia “clases de catequesis” con la imagen de grupos de niños y niñas quizá preparándose para su Primera Comunión o recibiendo clases de religión en la escuela.
Esta asociación espontánea quedó en parte rota a fines de los años 60 del siglo que acaba de pasar. Como una especie de eco de los fervores conciliares el episcopado holandés promulgaba en 1967 un Catecismo Para Adultos que tuvo un impacto inmediato no sólo en los Países Bajos sino en toda Europa, y aún más allá.
La idea de que hay que catequizar a los adultos no era nueva en realidad. La Iglesia de los primeros siglos veía ello como el proceso normal en el desarrollo de la fe: una persona escucha la predicación, se convierte, recibe los sacramentos y se forma, esto es, aprende a pensar y vivir “en cristiano” a través de una segunda ronda de predicación, que es el catecismo.
Sólo cuando la Iglesia se amalgó tanto con la sociedad vino a parecer que la etapa de la conversión se podía dar por supuesta, incluso en los niños, los cuales lo que necesitaban era dar el paso hacia la catequesis.
El problema es que ese catecismo “para niños” podía ser aprendido simplemente como un conjunto de contenidos. La misma escuela que te enseña matemáticas, geografía o física, te enseña quién es Dios, por qué existe la Iglesia y cuáles son los sacramentos. No es mala idea, pero entraña el peligro de considerar a Dios, la Iglesia y los sacramentos como cosas que uno aprende no como realidades que uno vive.
La perspectiva en el Catecismo Holandés desde el principio es distinta. No quiere asentar unos conocimientos simplemente sino establecer una especie de “clima,” abrir el espacio para que el lector se pregunte. En muchos pasajes no pretende ser una caja de respuestas sino un manantial de preguntas, evidentemente con el propósito de que la gente descubra la fe como algo que acompaña el camino, pues el camino de la vida está lleno de preguntas y no sólo de respuestas. Además, Cristo mismo fue quizá más “pregunta” que “respuesta” en muchos pasajes de su vida.
La perspectiva, pues, en este Catecismo es dirigirse al hombre “adulto,” a aquel que está dispuesto a pensar con su cabeza y a preguntar desde su propia existencia. Mientras que el Catecismo de Heidelberg o el del Padre Astete ya tienen las preguntas incorporadas, el Catecismo Holandés casi invita a que cada quién se haga sus preguntas, las “sufra,” las “disfrute” y luego encuentre que la fe es una luz y una propuesta positiva y constructiva.
Por lo demás, la palabra “adulto” tiene una resonancia muy grande en la Europa del Occidente. Immanuel Kant declaró ya a finales del siglo XVIII que la Humanidad había llegado a la “mayoría de edad.” La Ilustración, para Kant, es la señal de la entrada en esa edad adulta en que uno “se atreve a pensar” según su famoso lema.
Los obispos holandeses querían, pues, abordar ese problema, esa “deuda pendiente.” Si el mundo se ha vuelto “adulto” pues ¡vamos a él con un catecismo para adultos! Debería haber funcionado bien, pero en realidad no fue así.