Hay un país donde los niveles de violencia alcanzan límites inusitados. En casi todas partes del mundo los servicios de ambulancia son respetados, y ante la sirena de una ambulancia el tráfico se pliega con respeto para dar paso a los heridos o enfermos, o para permitir que el vehículo que todos reconocen como capaz de salvar vidas alcance a llegar a tiempo a su destino.
Pero en este país, del que me he enterado recientemente, las cosas no suceden así. Imágenes de la televisión muestran a un conductor de ambulancia herido en un ojo por una piedra. Iba a gran velocidad, como es lo usual para estos vehículos, y un grupo de jóvenes salió al paso y se puso a apedrear la ambulancia hasta detenerla. Lo hacen por placer.
El caso no es aislado. El gobierno del lugar llama a eso una epidemia de locura y emite varios mensajes al día pidiendo a los ciudadanos que ayuden a detener esa comportamiento demencial. Ser conductor de ambulancia se ha convertido en profesión de altísimo riesgo en ese país. El lema que usa el gobierno en su campaña es: “Tal vez nosotros somos los objetivos, pero las víctimas son ustedes.”
Es poco probable que un lema así funcione porque muchos jóvenes de esa parte del mundo tienen otras actividades de carácter ya no sádico sino masoquista. Cosas como cortarse con cuchillas la piel del pecho y del vientre, hacer filmaciones de eso y colgarlas en Internet. O cosas como meterse en carretillas para estrellarse a toda velocidad unos contra otros, produciendo contusiones, dislocaciones y huesos rotos. Por placer. Esta clase de videos de cosas absurdas y crueles, a las que hay que añadir maltrato sexual y otras más, tienen además horario establecido en la programación usual de la televisión pública.
Los que hacen eso no son musulmanes, ni se les llama terroristas. No invocan a Alá, no han sido entrenados en Pakistán ni obedecen a Bin Laden. Son muchachos de distintas razas, especialmente nihilistas de piel muy blanca. Sabiendo ahora con horror todo lo que sé, me convenzo de que el enemigo lo tienen adentro. Uno se puede preguntar quién puede salvar de los tentáculos de Al-Qaeda, pero ¿quién salvará a Inglaterra de Inglaterra?