Recientemente el Papa Benedicto XVI promulgó el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, una obra que se basa en el Catecismo promulgado por Juan Pablo II, pero que simultáneamente quiere condensar e ir más allá de ese mismo Catecismo, publicado en 1992.
“Ir más allá” por las implicaciones y aplicaciones pastorales. “Condensar” porque, en palabras de Benedicto XVI, “se sentía de forma cada vez más generalizada e insistente la exigencia de un catecismo en síntesis, breve, que contuviera todos y únicamente los elementos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral católica, formulados de una manera sencilla, accesible a todos, clara y sintética.”
Una de las diferencias de estilo entre este Compendio y el Catecismo de Juan Pablo II es que el Compendio sigue el estilo clásico de preguntas y respuestas. La razón es esta: “volver a proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una estimulante secuencia de preguntas que implican al lector, invitándolo a proseguir el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su fe. Este género ayuda también a abreviar notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial y favoreciendo de este modo la asimilación y la eventual memorización de los contenidos.“
El Compendio incluye imágenes que acercan el estudio a la liturgia y la labor intelectual de asimilación al hermoso deber de celebrar nuestra fe y unirnos en comunión de amor y adoración. Este aspecto se refuerza con algunas oraciones que van en apéndice, pero claramente formando unidad con el texto más esquemático de las preguntas y respuestas. El Papa comenta, como al margen: “En cada una de las traducciones, la mayor parte de las oraciones se presentarán también en lengua latina. Su aprendizaje, también en esta lengua, facilitará la oración en común de los fieles cristianos pertenecientes a lenguas diversas, especialmente cuando se reúnan en circunstancias particulares.”
Suena muy bien, pero el tema apenas queda abierto.