Buena cuenta me doy que ese camino de nuevas comunidades de laicos y sacerdotes unidos en un compromiso común y estable son posibles e incluso necesarias. No como reemplazo, sino como posibilidad que embellece a la Iglesia y le ayuda a estar mejor dispuesta a su tarea fundamental: dar testimonio de Cristo y ser así sacramento universal de salvación, como bien la llamó el Concilio Vaticano II.
Estas comunidades no serán perfectas ni serán la única apuesta del Espíritu Santo. Como decían los antiguos predicadores, donde hay hombres hay humanidad. La vanidad humana, los celos, la pereza, la codicia, los deseos impuros, la dificultad para perdonarnos: todo eso camina con nosotros y sucede en todas partes, junto con mil otras expresiones de nuestra naturaleza herida por el pecado. Sucederá entonces en estas nuevas comunidades, y si son nuevas, sucederá de nuevas maneras.
Como me decía una amiga de un Foyer de Charité: “Antes de un año la visita se acaba.” Cosa sabia y real: en visita todos somos simpáticos, pero esa etapa termina y entonces salen a flote las causas de roces e incluso divisiones: las particularidades de cada quien, los caprichos, los pecados enquistados y las vanidades mal dismimuladas; el orgullo que cada uno tiene y la dificultad de afrontar las propias miserias antes de lanzarse a opinar de la mota en el ojo ajeno.
Es iluso entonces pensar en comunidades que sean lugar de solo relax y confort. Comunidades diseñadas a mi medida, para que yo me sienta siempre a gusto y feliz: eso no es realista, ni humano ni menos puede llamarse expresión de la fe del Nuevo Testamento.
En lo concreto, eso significa que un religioso y sacerdote, como por ejemplo es mi caso, no debe hacerse ilusiones soñando que la convivencia con laicos va a ser más sencilla que la convivencia con los frailes. Además, una cosa es ver una necesidad en la Iglesia, como yo la veo ahora, y otra es sentir el llamado a responder a esa necesidad por ejemplo fundando algo nuevo. Mi amor a la Iglesia y las experiencias que he vivido y estoy viviendo me pueden llevar a ver algunas cosas pero eso no puede interpretarse automáticamente como un llamado a cambiar de forma de vida.
Aunque una cosa sí quisiera: si Dios va a iniciar este camino con alguien, es decir, con sacerdotes y laicos, yo quisiera conocerlos y servirles en lo que estuviera de mi mano.