Ahora las evidencias apuntan a que los atentados de Londres son un primer caso de atentados suicidas en Europa Occidental. Las implicaciones son inmensas.
1. La fractura del “nosotros”
Cuando los diarios británicos del 8 de Julio titulaban “No nos vencerán” o “No nos rendiremos,” o cuando los discursos de Tony Blair o de la Reina Elizabeth II hablaban de poner la cara, de estar acostumbrados al sufrimiento y a seguir adelante; cuando todas esas declaraciones se daban había un “nosotros” presupuesto.
Pero viene a resultar ahora que de en medio de ese “nosotros” ha brotado una célula de suicidas, con ciudadanía británica, dispuestos a asesinar a sangre fría a otros ciudadanos británicos. Por decirlo de un modo gráfico: el “nosotros” se ha fracturado.
2. La tolerancia cuestionada
El Reino Unido ha ido bastante adelante en su capacidad de tolerancia étnica y religiosa. La legislación actual es “humanista” y da por sentado que la religión es un hecho privado, una opción personal. La gente puede, sin embargo, hacer todo el proselitismo religioso que quiera, dentro del marco de los derechos que las leyes garantizan para la convivencia de la comunidad como tal. Una solución limpia; “elegante,” podemos llamarla también.
La misma solución en realidad que Holanda ha empleado hace muchos años, y que precisamente ayer se ha revelado chocante hasta el extremo. Mohammed Bouyeri, en la misma corte donde se le juzga por el asesinato ya admitido de Theó Van Gogh (el 2 de noviembre de 2004), se dirige a la madre del asesinado artista, y le dice: “No siento su dolor. No tengo ninguna compasión por usted porque pienso que es una no-creyente.”
Bouyeri, o los suicidas londinenses, estaban “integrados” a Europa; según sus papeles, por lo menos. Mas al parecer, su sentido de pertenencia no se agotaba en ser ciudadanos europeos porque se sentían primero ciudadanos de su fe.
Los cuestionamientos a las políticas de tolerancia se apilan.
3. Los términos del problema
Con el agravante de que la respuesta a los hechos actuales no puede ser sencillamente la intolerancia. En términos sencillos las condiciones del problema son: (1) Europa depende de la inmigración. (2) Europa se declara agnóstica, y según ello se autolimita de discriminar a nadie por razón de religión. (3) Pero no puede impedir que la religión valga más que la ciudadanía para algunas personas.
Un diario irlandés hablaba ayer con desprecio de los terroristas suicidas de Londres. Los trataba como jóvenes de dudosa masculinidad, desempleados “buenos para nada” (useless). O sea, el retrato que un racionalista humanista hace de un terrorista religioso (me pregunto si tendrían algo muy distinto que decir de un santo o de un místico).
Pienso que tal lenguaje, situado desde una perspectiva puramente inmanente, pegada a la tierra, retrata una gran incapacidad de comprensión de la estructura motivacional humana. Quien eso escribe parece suponer que si el Estado garantizara empleo, autoestima y “masculinidad” a todos, sin importar su credo, la gente jamás consideraría que vale la pena otra cosa sino disfrutar de este mundo, comprar, vender, y pasear de vez en cuando en un lujoso crucero.
4. A un creyente sólo lo entiende otro creyente
La posición de ese articulista refleja, a mi parecer, la incapacidad del agnóstico por comprender la fuerza de la fe. Con lo cual, por supuesto, no estoy justificando yo cualquier acto que se haga a nombre de cualquier credo o creencia. Lo que afirmo es que la incapacidad para entender es en realidad una debilidad en contra nuestra, y esa debilidad hará que todavía corra mucho dolor, sangre y lágrimas mientras no se llegue a un estadio nuevo de comprensión.
Pienso que a un creyente sólo lo entiende otro creyente. Y pienso que si no entendemos a los creyentes quedamos a merced de fanáticos.
“Entender” no es simplemente dar un espacio a los creyentes para que pongan su sinagoga, mezquita o iglesia. Cosas así llevan años haciéndolas los ingleses y los holandeses. Entender es descubrir la fuerza incalculable que brota del corazón humano cuando se atreve a pronunciar las palabras que la Ilustración tachó con desprecio, hasta sacarlas del vocabulario políticamente correcto: Dios, revelación, comunidad creyente, vocación, trascendencia, cielo, infierno.
El agnóstico apuesta con fuerza en favor de la desaparición pública de ese lenguaje. Quiere arrinconarlo en el desván de las patologías o excentricidades. Es un experimento peligroso. El Underground londinense nos lo va a recordar por muchos años.
El camino genuino es otro, estoy convencido. Es el camino de descubrir la belleza y fuerza de nuestra fe, y desde ella entender desde el corazón lo que ebulle en el corazón de otros. No para aprobar todo, por supuesto. Al contrario, a veces será para saber resistirlo incluso a precio de sangre.