Actualmente en la Iglesia tenemos sacerdotes diocesanos, con parroquias determinadas por límites geográficos, y sacerdotes religiosos, o de comunidad religiosa, con carismas diversos, desde la educación hasta las misiones y desde la atención a los enfermos hasta el servicio a la teología.
Los Foyers de Charité intentan una experiencia diferente: comunidades que no son de religiosos sino de laicos con un sacerdote. Las promesas que hacen los miembros de los Foyers los vinculan a esa obra, en general, pero cada persona sabe que pertenece de modo singular a una casa, un Foyer específico.
Juan Pablo II escribió en Vita Consecrata, n. 62:
El Espíritu, que en diversos momentos de la historia ha suscitado numerosas formas de vida consagrada, no cesa de asistir a la Iglesia, bien alentando en los Institutos ya existentes el compromiso de la renovación en fidelidad al carisma original, bien distribuyendo nuevos carismas a hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que den vida a instituciones que respondan a los retos del presente. Un signo de esta intervención divina son las llamadas nuevas Fundaciones, con características en cierto modo originales respecto a las tradicionales.
La originalidad de las nuevas comunidades consiste frecuentemente en el hecho de que se trata de grupos compuestos de hombres y mujeres, de clérigos y laicos, de casados y célibes, que siguen un estilo particular de vida, a veces inspirado en una u otra forma tradicional, o adaptado a las exigencias de la sociedad de hoy. También su compromiso de vida evangélica se expresa de varias maneras, si bien se manifiesta, como una orientación general, una aspiración intensa a la vida comunitaria, a la pobreza y a la oración. En el gobierno participan, en función de su competencia, clérigos y laicos, y el fin apostólico se abre a las exigencias de la nueva evangelización.
Si de una parte hay que alegrarse por la acción del Espíritu, por otra es necesario proceder con el debido discernimiento de los carismas. El principio fundamental para que se pueda hablar de vida consagrada es que los rasgos específicos de las nuevas comunidades y formas de vida estén fundados en los elementos esenciales, teológicos y canónicos, que son característicos de la vida consagrada. Este discernimiento es necesario tanto a nivel local como universal, con el fin de prestar una común obediencia al único Espíritu. En las diócesis, el Obispo ha de examinar el testimonio de vida y la ortodoxia de los fundadores y fundadoras de tales comunidades, su espiritualidad, la sensibilidad eclesial en el cumplimiento de su misión, los métodos de formación y los modos de incorporación a la comunidad; evalúe con prudencia eventuales puntos débiles, sabiendo esperar con paciencia la confirmación de los frutos (cf. Mt 7, 16), para poder reconocer la autenticidad del carisma. Se le pide sobre todo que ponga especial cuidado en verificar, a la luz de criterios claros, la idoneidad de quienes solicitan el acceso a las Órdenes sagradas.
En virtud de este mismo principio de discernimiento, no pueden ser comprendidas en la categoría específica de vida consagrada aquellas formas de compromiso, por otro lado loables, que algunos cónyuges cristianos asumen en asociaciones o movimientos eclesiales cuando, deseando llevar a la perfección de la caridad su amor «como consagrado» ya en el sacramento del matrimonio, confirman con un voto el deber de la castidad propia de la vida conyugal y, sin descuidar sus deberes para con los hijos, profesan la pobreza y la obediencia. Esta obligada puntualización acerca de la naturaleza de tales experiencias, no pretende infravalorar dicho camino de santificación, al cual no es ajena ciertamente la acción del Espíritu Santo, infinitamente rico en sus dones e inspiraciones.
Ante tanta riqueza de dones y de impulsos innovadores, parece conveniente crear una Comisión para las cuestiones relativas a las nuevas formas de vida consagrada, con el fin de establecer criterios de autenticidad, que sirvan de ayuda a la hora de discernir y de tomar las oportunas decisiones. Entre otras tareas, tal Comisión deberá valorar, a la luz de la experiencia de estos últimos decenios, cuáles son las formas nuevas de consagración que la autoridad eclesiástica, con prudencia pastoral y para el bien común, pueda reconocer oficialmente y proponer a los fieles deseosos de una vida cristiana más perfecta.
Estas nuevas asociaciones de vida evangélica no son alternativas a las precedentes instituciones, las cuales continúan ocupando el lugar insigne que la tradición les ha reservado. Las nuevas formas son también un don del Espíritu, para que la Iglesia siga a su Señor en una perenne dinámica de generosidad, atenta a las llamadas de Dios que se manifiestan a través de los signos de los tiempos. De esta manera se presenta ante el mundo con variedad de formas de santidad y de servicio, como «señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano».
Pienso que la experiencia de los Foyers no encajaría en lo que tradicionalmente se llama “vida consagrada.” Tampoco lo que yo quiero proponer, porque supone, en las palabras del Papa, “grupos compuestos de hombres y mujeres, de clérigos y laicos, de casados y célibes, que siguen un estilo particular de vida […] adaptado a las exigencias de la sociedad de hoy.”
Lo implicado es un compromiso estable de una comunidad de personas con un o unos sacerdotes, en régimen de vida tal que se pueda respetar la privacidad propia de las familias y de quienes sean célibes o vírgenes en la comunidad, pero donde a la vez haya la proximidad y confianza suficientes para “dar razón del hermano.”
En una parroquia actual eso prácticamente no existe. Me atrevo a pensar que, para quienes tienen tan sólo un vínculo de misa de domingo o aún menor, la fe es un evento más bien individual, o algo encerrado en la familia. Aunque la persona obedezca todo lo que dice la Iglesia, ya lo obedece por su decisión y no por pertenecer a la Iglesia. Lo cual implica que cuando la Iglesia le pida o enseñe algo que no le guste, ya este católico “de misa” estará listo para escoger su criterio y para aderezar su fe como la ensalada de un supermercado.
Decisivamente lo nuevo es eso: que desde el sacerdote hasta el último fiel de esas nuevas comunidades, cada uno pueda dar razón del hermano.