Voy a contar un sueño de anoche.
Habia un grupo de personas, de las cuales no reconocí a nadie sino sólo a una, que tampoco tuvo ninguna actuación posterior en lo que sigue.
Un señor, adulto joven, para mí desconocido, comentaba con tono informal lo que le sucedía a un conocido suyo, un costeño colombiano que tenía una tienda pero vendía nada o sólo muy poco. Y la razón del poco movimiento de dinero era que este hombre, un recién convertido fervoroso hasta el extremo, prefería predicar que vender.
Lo que sigue es la predicación de este hombre, después de que un cliente le ha pedido verificar si tiene un determinado artículo en bodega.
–Yo te puedo mostrar el inventario, pero tú no pienses que puedes reemplazar con cosas el vacío de Dios que tiene tu vida. Y no me mires con esos ojos, que yo no soy todavía el Supremo Juez. Hay Uno que ha de venir, que sí conoce la verdad completa de tu vida. ¡Rodilla! ¡Estar de rodillas ante él es lo que te queda para el resto de tu vida!
Ahí me desperté.