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En declaraciones a EFE antes de clausurar el Foro de Madrid por la Competitividad organizado por la Confederación Empresarial de Madrid (CEIM-CEOE), la presidenta de la Comunidad Autónma de Madrid, Esperanza Aguirre, manifestó a Efe que ‘considerar la homosexualidad una patología (como dijo ayer el catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense Aquilino Polaino, citado por el PP en la Comisión de Justicia del Senado) o una enfermedad es una concepción no ya del siglo XX sino del siglo XIX’.
En su opinión, ‘las enfermedades están para ser erradicadas y la orientación sexual es una cuestión que pertenece a cada individuo y es una decisión libre de cada hombre y de cada mujer’, por lo que ‘en absoluto puede considerarse una patología’.
s pobre lo que dice Aguirre. Si la orientación sexual es una decisión soberana del individuo, el Estado debe aprobar lo que el individuo quiera, incluyendo incestos u otros experimentos exóticos.
La argumentación es pobre pero sirve de alimento a una cantidad de preguntas hondas. Por ejemplo, ¿qué es una enfermedad?
Aguirre dice que las enfermedades “están [existen] para ser erradicadas.” Es decir, el ser humano se concibe aquí como saludable por esencia, de modo que la enfermedad no tiene mensaje, no humaniza; sólo debe ser desterrada. Por decir lo menos, hay otras maneras de entender la fragilidad y la enfermedad. Una patología no es forzosamente una culpabilidad porque ser enfermo no es lo mismo que ser culpable.
Hay, sin embargo, la tendencia a evitar como tabú todo lo que nos debilite. La vejez, la pérdida de las capacidades cerebrales o físicas (Alzheimer, Parkinson), la enfermedad, son realidades que “deben ser erradicadas” y que por lo tanto se anulan del lenguaje y de todo horizonte de sentido.
Yo pienso que la homosexualidad es una patología, como dijo Polanco. Y pienso que merece la atención humana, respetuosa, empática pero no cómplice, de TODA la sociedad. Es posible que Aguirre, y quienes piensan como ella, descarten todo vínculo entre homosexualismo y patología porque nuestra sociedad maltrata y excluye de tal modo a los enfermos que a veces los trata sólo como reos o amenazas. Pueden ser amenaza, como lo demuestra el hecho de que la pedofilia es un fenómeno tan marcadamente homosexual, pero la actitud fundamental ante la enfermedad o las diversas patologías no puede ser un egoísmo que sólo ve por sí mismo, una concha de moralismo hipócrita que hace creer que no existen más pecados que los sexuales.
De cara al futuro, necesitamos entonces las dos cosas (y ambas son arduas en extremo para nuestra sociedad): Primero, reconocer que la homosexualidad es una patología multicausal que en principio, o por lo menos en sus raíces, casi con seguridad no conlleva ninguna culpa de la persona afectada. Segundo, reconocer que como sociedad tenemos el deber de acoger a todos, asumiendo con caridad y sin complicidad el dolor o las limitaciones de cada historia.
En efecto, existe la tentación pragmática que no quiere asomarse al sentido humanizante de los límites humanos sino que prefiere regalarlos al conteo de votos de las mayorías, y aprende a jugar las cartas del poder. Así por ejemplo el actual modelo socialista español. Pero existe también la otra tentación: asegurar que el mundo verdadero, el mundo “limpio” es el nuestro y que todo lo demás debe desaparecer o ser condenado.
El cristiano debe evitar ambas tentaciones. Colmado de respeto, caridad y claridad no descuida el bien de la sociedad por entronizar al individuo; pero tampoco destroza la historia de la persona singular sólo por someterlo a un modelo de sociedad ideal.