Sigo con el tema de la manifestación del sábado pasado, porque en lo que se dijo, se calló o se refutó ese día en Madrid. Sería un grave error no escuchar lo que dicen quienes no comparten nuestras ideas, porque impide tres cosas: corregir lo que haya que corregir, descubrir la verdad que no sabemos, y divulgar del mejor modo lo que parece correcto en nuestra apreciación de lo cierto y bueno.
Dos críticas principales hizo el gobierno español a la manifestación. Primera, que sólo en este tema de la homosexualidad se había visto tanto despliegue episcopal: veinte obispos en la calle no es cosa de todos los días. Segunda, que el propósito de los manifestantes es privar de un derecho a otras personas, a saber, privar a los homosexuales de los bienes propios del matrimonio heterosexual.
Creo que estas dos críticas, como bombas de profundidad muy bien lanzadas, causarán el impacto deseado por el gobierno socialista: es de suponer que quede finalmente la imagen de una Iglesia que, con un poco de hipocresía o de ceguera voluntaria, se deja oír hasta el estrépito cuando se trata de sexualidad mientras que calla, quizá cómplice, en tantos otros temas. Y lo del derecho amenazado es una fórmula bien cincelada: va a las emociones. Deja al senado en un plano inclinado que sólo parece tener una salida: ratificar lo que la cámara baja ya ha aprobado, porque ningún senador querrá pasar a la historia como un negador de derechos.
Admiremos, pues, sin dejarnos fascinar, por supuesto; admiremos la habilidad de las palabras escogidas y la oportunidad con que fueron lanzadas. Hay en ello inteligencia y dominio del escenario político. Y hasta donde alcanzo a ver en la prensa no hubo réplica de altura a esas objeciones. Quedaron en el aire, o por mejor decir: siguen haciendo su obra.
Si yo fuera evangélico me preguntaría donde está la evangelización callejera de la Iglesia Católica. Me parecería noble que se defienda la familia, pero me preguntaría porque no hay ese vigor para predicar la Buena Nueva. Creo que nunca entendería por qué el evangelio ha podido volverse tan aburrido en los púlpitos y tan interesante cada vez que aparece el tema del sexo.
Si yo fuera un filósofo ateo me preguntaría qué noción de derecho subyace en la mente de tantas manifestantes. ¿Defienden a la familia o sólo a sus familias? ¿Quieren el bien común o que no les perturben ni les cambien su modo de sociedad? Se defienden, es claro; pretenden defender lo suyo, pero si no parece que piensen en el bien de los que tienen otras tendencias o gustos, ¿qué tan respetable es su defensa?
Y con respecto a los que no protestan o a los que atacan la protesta, un tal ateo pensador podría preguntarles: ¿Ustedes defienden los derechos de los homosexuales o la comodidad de no plantearse de fondo lo implicado en este asunto?
Personalmente creo que desde un punto de vista racional es válido lo que ya han dicho muchos: los argumentos a favor del matrimonio homosexual sirven para aprobar casi cualquier forma de convivencia, incluyendo tríos, incestos o todo tipo de uniones “exóticas.” Es cómodo quedarse en el nivel de lo pragmático: “Hay un lobby, respondemos a las demandas de ese lobby. Cuando llegue el lobby del incesto pensaremos qué hacemos.” Cualquiera se da cuenta de que una sociedad así no tiene más norte que la publicidad y la ley del más fuerte.
En fin, se ve que las críticas del gobierno español pueden motivarnos a revisar las posturas propias así como descubrir fortalezas y fisuras en las ajenas.