11. Un discurso racional sobre el espíritu
El tema de una inteligibilidad no material tiene dos vertientes. Por una parte: ¿qué podemos comprender en las cosas que no sea materia?; por otra: ¿qué hay en nosotros que nos permita comprender lo que no es materia o no es solamente materia? Ambos temas fueron abordados por Aristóteles bajo la noción de “forma.”
Un ejemplo suyo en la Metafísica viene al caso. Consideremos una palabra, por ejemplo AMOR. Puedo analizar esa palabra y decir que ella no contiene “nada más” sino cuatro letras: A, M, O, R. Si alguien me dice que esa palabra tiene algo más que esas cuatro letras, yo puedo exigirle que me muestre algo que no sean esas cuatro letras. Es obvio que la persona no podrá mostrarme nada diferente, entonces yo diré que entiendo la palabra AMOR porque entiendo cuáles son sus elementos.
Pero este modo de razonar es errado. La palabra AMOR tiene las cuatro letras y tiene también el orden en que están puestas. El orden en que están no añade una nueva letra, no es una “materia” más sino la “forma” en que esa “materia” alcanza un ser distinto a una simple colección de letras. Un orden distinto produce algo distinto con los mismos elementos. Si cambio el orden puedo llegar a la palabra ROMA o a la palabra RAMO, o también a MORA, y quizá a algunas más. Los mismos elementos, la misma “materia,” llega a constituir algo distinto cuando cambia el orden, es decir, la “forma.”
Lo que nuestra inteligencia hace al conocer las cosas no es apropiarse de su materia sino buscar su forma, es decir, su configuración última, el orden intrínseco, la estructura última que dé razón de su ser. Lonergan decía que la metafísica quiere alcanzar una explicación completa del ser.
Lo maravilloso de la inteligencia humana puede sintetizarse en lo que ya dijo Aristóteles: “el alma es de alguna manera todas las cosas.” A través del entendimiento puedo recibir, y en cierto modo poseer, formas distintas a la mía propia. Mi forma “propia” (forma es más que figura, como vemos) es mi alma. Es mi constitución íntima y modo de existir. Esto incluye, por supuesto, la dimensión temporal, pues el alma adquiere como segundas naturalezas en los hábitos que asume. Pero la maravilloso, según explica Santo Tomás, es que el ser humano, teniendo su forma, que es su alma, puede recibir otras formas a través de la capacidad de entender.
Como se ve, no hay aquí nada de superstición, vaporcillos etéreos o energías cósmicas esotéricas. Lo que hay es la seriedad, la alegre seriedad de descubrir que hay en nosotros una capacidad que puede abordar la materia desbordándola.