6. Límites intrínsecos del principio de doble asociación
Llinás observando el cerebro y Hume haciendo introspección quieren explicar al entendimiento y al ser humano que entiende siguiendo el hilo de lo que llamamos principio de doble asociación. Si algo “adentro” de mí puede ser invariablemente asociado con lo que llamamos “conocer”, “percibir” o “amar,” entonces aquello que hace explicable ese evento es también la explicación de lo que yo soy y de cómo obro. Para Hume, ese “adentro” era el hábito, emanado de la repetición, por el cual tendemos a juntar unas percepciones con otras, con lo cual creamos la noción de “causa,” por ejemplo. Para Llinás, ese adentro es la senda rastreable de impulsos electromagnéticos en el tálamo y la corteza cerebral. Explicados esos hábitos está explicada la naturaleza humana, nos dice Hume; explicados los circuitos del cableado cerebral está explicado el mito del yo, afirma Llinás.
Ahora bien, si uno acepta los presupuestos de David Hume acepta sus conclusiones; y si uno acepta la teoría del yo de Rodolfo Llinás considera ya explicado el ser humano. Estos dos actos, sin embargo, no son forzosos. Ambos dependen de un principio, el de doble asociación. Y si uno examina ese principio en cuanto método explicativo completo descubre que no es obligatorio aceptarlo. Explicar no es explicar todo. Y es esa pretensión de totalidad la que se puede refutar tanto en Hume como en Llinás.
El principio de doble asociación tiene un límite intrínseco y es que no sabe cuándo ha conseguido su objeto, es decir, cuándo ha explicado. Puedo ver que algunos circuitos cerebrales de Juan se activan cuando él afirma que ve un carro verde pero eso me explica lo que es ver. Creo que sé lo que es ver porque la versión que Juan da significa algo para mí que también veo. Sin ese correlato con mi propio mundo de percepciones y recuerdos las corrientes eléctricas y magnéticas del cerebro de Juan no me dirían nada. Ahora bien, si dependo de la versión de Juan para entender las corrientes del cerebro de Juan significa que las corrientes mismas no han terminado de explicar lo que Juan vive.
Lo mismo, y con mayor razón, puede decirse de lo que Llinás llama el “mito” del yo. No es el análisis de las microcorrientes cerebrales lo que ha llevado a decir: “en esta parte del cerebro surge el yo,” sino es el relato de un sujeto que afirma que piensa, siente, tiene derechos, ama, sufre o espera. Con el propósito de explicar esa versión de ese sujeto, ese “Juan,” entramos al cerebro y lo que el cerebro nos dice lo relacionamos nosotros con lo que Juan dice. Sin la versión original del “problema,” esto es, sin la versión del sujeto, no tenemos manera de saber qué estamos explicando. Por la misma razón, sólo con la versión del sujeto podemos entrar a saber si estamos entendiendo lo que queremos entender. De donde es claro que una explicación así reduccionista, como la de los hábitos de Hume, o la de los circuitos de Llinás, no tiene límite por sí misma sino que depende del planteamiento que hace el sujeto. No aprendemos lo que es el yo del cerebro de Juan sino de todo Juan.
El quid del asunto es que un problema propuesto por un sujeto en la descripción de sí mismo sólo puede ser convalidado en el contraste con lo que el mismo sujeto vive y dice. En filosofía de la mente esto es lo que se llama el problema de los “qualia,” término latino que alude al modo como el sujeto percibe lo que percibe y vive lo que vive. Un científico brillante que fuera sordo de nacimiento no sabría lo que es un sonido a fuerza de estudiar millares de diapositivas y películas con esquemas de circulación de corrientes eléctricas y campos magnéticos en el tálamo, la corteza o entre el tálamo y la corteza.
Alguien podría decir: “A ese científico le podemos activar la parte correspondiente del cerebro, para que sepa lo que es un sonido.” Él lo sabrá, ciertamente, lo mismo que si una persona que no conocía el color fucsia llega a conocerlo cuando por fin le presentan algo pintado de fucsia. Pero si ese científico ahora sabe lo que es el sonido, o esa persona ahora sabe lo que es el fucsia, ello no significa que podamos entender qué es ver el fucsia; lo que hemos hecho es repetir la experiencia, a nivel sensorial o cerebral. Saber repetir no es lo mismo que saber explicar.
Todo esto no significa, por supuesto, que podamos prescindir del cerebro y “refugiarnos” en consideraciones de alta y abstracta filosofía. Para explicar lo que es el ser humano no podemos prescindir del cerebro, ni de los órganos de los sentidos, ni de los condicionamientos genéticos, ni de las circunstancias ambientales, ni de muchas otras cosas más. Precisamente: entender lo que es entender requiere de muchos niveles y vías de acceso, y no es buena idea apresurarnos a afirmar que ya hemos llegado. Eso sería reduccionismo.