6. Imaginando (¿y temiendo?) un mundo en paralelo
Cuando apenas despuntaba en el horizonte el poder de la información, allá en 1949, George Orwell publicó su conocida novela “1984.” El enemigo aparece ahí en la forma de un Estado intrusivo y burócrata. Pero el protagonista no es el Estado sino la información. Se supone que hay un alguien, que hay un punto en donde se condensa la información sobre los ciudadanos.
Desde el ángulo de nuestras reflexiones, Orwell podría estar equivocado en sus predicciones. La centralización es requisito y a la vez consecuencia del procesamiento serial de la información. Si la tendencia del futuro va más en paralelo, deberíamos imaginar un escenario distinto, aunque no necesariamente más humano.
De hecho, hay razones para temer algo peor que las pesadillas orwellianas. Cuando hay un dictador visible hay también un enemigo visible; ello mismo convoca las fuerzas en la aspiración de derribarlo. Los “dictadores” del futuro ya están en nuestro presente y su característica principal es que desconocemos su rostro. Sólo conocemos el rostro de la gente que les hace caso pero no sabemos quién tira los hilos.
Los ejemplos a mano vienen de la esfera ética nuevamente. Hay un clima que favorece la aceptación del homosexualismo como una opción que debe acogerse del mismo modo que el heterosexualismo. Según ese “clima,” las leyes de los estados se vuelven más y más favorables a la aceptación de parejas del mismo sexo, con el nombre de matrimonios que pueden adoptar niños, o en el caso de las lesbianas, ser fecundadas artificialmente para tener hijos con dos mamás.
Y una pregunta: ¿dónde está la “cabeza” de todo eso? De repente resulta que los medios de comunicación, los cuerpos legislativos, los profesores universitarios y una parte considerable de los predicadores religiosos no ven otro pecado, en lo que atañe a este tema, que no sea la “homofobia.” Lo único malo y perverso es ser “homófobo.” ¿Lo dictamina quién? No sabemos. Sucede en muchas partes al tiempo. Es un proceso que se va retroalimentando, brota y rebrota en todas partes. Es un clima. No puedes agarrar por el cuello a la niebla. No funciona patear con rabia el granizo que tienes al frente. Repito: es un clima; trabaja en paralelo. No tiene cabeza visible; no hay dictador a la vista; muchas veces no sabes contra quién estás argumentando y tienes que repetir muchas veces las mismas razones, con la sensación desagradable de que nadie te oye y de que, apenas termines de explicarlo todo, volverán empezar por la primera objeción.
Uno sabe que hay intereses; uno sabe que hay gente que se está beneficiando de cada paso legal, de cada publicación. Hay gente que recibe dinero o gana prestigio. Pero todos ellos no son los “jefes”…
Por contraste absoluto, quiero confesar que siento un cariño profundo por Benedicto XVI. Es algo que creo que viene más del Espíritu Santo, porque en algunos caso raya con la compasión.
Compasión porque veo a un hombre que ama la fe, nuestra fe, y que quiere defenderla en su pureza, alegría y fecundidad; un hombre que por su mismo oficio está visible. Su rostro, sus años, sus arrugas y defectos están ahí, como carne de cañón para la prensa insaciable.
Sus adversarios, en cambio, se esconden. Tampoco se conocen entre ellos. Quizá ni siquiera saben a quién sirven.
En fin, todo eso nos lleva a preguntarnos qué podría o debería aceptar y qué rechazar nuestra Iglesia cuando se habla de un futuro construido “en paralelo.”