5. Los últimos 200 años
Hay una revolución que quedó pendiente del siglo XX. Nos hablaron durante décadas de la energía nuclear. Se suponía que con inversiones de infraestructura muy altas, pero muy durables, pronto la Humanidad tendría a su alcance cantidades ilimitadas de energía relativamente barata y accesible. El surgimiento de una mayor conciencia ecológica fue cambiando la marea y el desastre de Chernobyl vino a dar una especie de golpe de gracia a ese sueño. Hoy por hoy, a lo menos en Europa, los sentimientos hacia la energía nuclear son cualquier cosa menos favorables.
En perspectiva, es curioso observar que el sueño nuclear sucedió a caballo de otro sueño, el que marcó al siglo XIX: la Revolución Industrial. Hay un continuo que une a las máquinas de vapor, como superación de la fuerza muscular humana o animal; las máquinas a gasolina; los electrodomésticos y por último la energía del átomo. En esa secuencia lo que destaca es el uso de una tecnología cuyo fin es poner en movimiento mecánico al mundo, ya sea para efectos de transporte, agricultura o aseo de la casa, entre mil aplicaciones más. Podemos decir que la energía nuclear prometía ser la victoria última y definitiva en la lucha por el movimiento mecánico.
Pero no es este el único movimiento que interesa a nuestra civilización actual. Hoy estamos más fascinados por el movimiento de la información. Si hay un arco mecánico que conecta a los siglos XIX y XX, hay una autopista informática que nos ha lanzado ya desde el XX hacia el XXI.
La analogía puede llevarse un poco más adelante. Quienes propulsaron la fuerza de las máquinas tenían como referencia a la locomotora. Las vías férreas fueron comparadas con las venas y arterias del cuerpo humano. Los países adquirieron el estatuto de verdaderas naciones cuando pudieron compartir en tiempo real una economía, y esto quizá no se hubiera logrado nunca a lomo de caballo. Por eso la locomotora fue el emblema del progreso y de la llegada de la modernidad. Al otro extremo del arco mecánico nos encontramos los electrodomésticos y en particular la radio y la televisión. También ellas conectan a seres humanos, pero el énfasis ya no está en las partes movibles sino en otras dimensiones, como la comunicación, la comodidad o el entretenimiento.
De algún modo, ya la radio y la televisión iniciaron la autopista informática. Nos acostumbraron a ser simultáneos de muchas otras historias. Nos permitieron acercarnos a los hechos sin salpicarnos de su grosera crudeza. A lomo de esa revolución energético se montó el computador, y con él, la posibilidad de tratar digitalmente la información. Lo nuevo no es el aparato sino el concepto, aunque probablemente no se hubiera llegado a comprender el poder del concepto sin el aparato.
El tratamiento digital de la información quita importancia al llamado “soporte” de esa misma información. A estas alturas de la vida, a uno no le interesa si un disco usa un soporte magnético, óptico, RAM o ROM. Las preguntas que uno se hace son si el sistema es rápido, robusto, fiable, portable y económico.
Sin embargo, así como la locomotora de algún modo marca una línea que llevó a algo tan diferente como es un televisor, es posible que el computador nos esté conduciendo a algo que por ahora casi no podemos imaginar. A ver, ¿quién habría soñado con un mundo lleno de televisores, a fuerza de ver trenes y carrileras? Pienso que del mismo modo la revolución informática apenas empieza. Nos cuesta trabajo adivinar adónde pueda “terminar” porque para comprender los grandes avances necesitamos palabras y preguntas que todavía no sabemos cómo formular.
Sin embargo, hay señales, y una de esas señales es el tratamiento paralelo de la información. El computador típico, desde el gigantecso ENIAC hasta la mayoría de los equipos de sobremesa actuales, está pensado para funcionar “en serie,” es decir, para abordar secuencialmente un problema y seguir un recorrido, seguramente complejo pero predeterminado de antemano, para obtener una solución. Ese esquema es el que empieza a mostrar fracturas; son pequeñas todavía pero han llegado para quedarse.
Vislumbrar un mundo de múltiples conexiones en paralelo causa vértigo e incomodidad.