En interesante diálogo con Fr. John Harris, O.P., de esta Provincia de Irlanda, hablábamos sobre el desenlace opaco que tuvo de la Teología de la Liberación ( = TL). Lo que sigue aquí escrito brotó de esa conversación.
En esta parte de Europa, y me imagino que en muchos otros lugares del mundo, lo poco que ha llegado de producción intelectual latinoamericana está casi todo relacionado con la TL. Leonardo Boff primero y Gustavo Gutiérrez después siguen sonando como autores que tuvieron relevancia aunque no continuidad, ni en su propio camino ni en el de sus discípulos.
En términos prácticos, los documentos del Vaticano sobre esta materia vinieron a significar dos cosas: que la TL debía ser incluida como un subcapítulo de la Doctrina Social de la Iglesia y que todo análisis social que recurriera a las categorías del comunismo era intrínsecamente inseparable de las consecuencias que el comunismo sacó, a saber, lucha de clases, ascenso del proletariado, y todo lo demás.
Quienes estamos rondando los cuarenta o más años de edad seguramente recordamos que hubo muchas tensiones por aquella época y que las descalificaciones fueron agrias y mutuas, entre las posturas más oficiales y las más populares o populistas, según se mire.
Desde un punto de vista hermenéutico, sin embargo, hay otros análisis posibles. La TL es un ejemplo interesante de lo que significa una teología en situación. Es el relieve del “desde dónde.” Tal fue su grandeza y su trampa. La causa de su caída y la posibilidad de ofrecer un retoño hacia el futuro.
El “desde dónde” es el contexto. Hay quienes entienden el contexto como un factor absoluto de relativización, si tal cosa puede pronunciarse. Para muchos autores latinoamericanos de aquellos años, hacer teología “en contexto” significaba estar autorizado a ponerle signos de interrogación a toda la fe de la Iglesia, “porque eso no es válido aquí” o “no cabe aquí.” Empezando con la liturgia y pasando por la moral y la dogmática, ser de la TL significaba sobre todo estar siempre dispuesto a criticar lo que viniera de los centros de poder, normalmente con el recurso ágil a estribillos en torno a los pobres. Yo sentí muchas veces que ese discurso, lejos de apoyar la causa de los pobres, los usaba.
Con esto quiero decir que el contexto puede ser entendido de una manera pobre como un simple ataque a la objetivación de la verdad. Es el contexto que se vuelve pretexto. Lo que busca en realidad es desmembrar de la autoridad de Roma a muchas comunidades para construir, con claras o no tan claras intenciones, una “verdadera” Iglesia.
Es evidente que esta clase de “contextualización” tenía que producir lo que produjo y que se suele resumir en frases hechas como que la nueva inquisición silenció a Boff, y que lo que no repita servilmente a Roma invariablemente será mandado a callar.
Ratzinger quedó descrito entonces como un “gendarme,” un enemigo del pensamiento. Pero no era él el único descontento. Muchísimos católicos sintieron o sentíamos que esa manera de contextualización era una traición pobre a la fe que trae vida. Además, esas ideas de un pueblo “concientizado” y “organizado” para ser “sujeto de la propia historia” son ajenas a la Biblia. La gran conciencia en la Biblia es que Dios es el Señor; la gran organización en la Biblia es que se escuche su voz y se obedezca a sus pastores, y el gran sujeto de la Biblia es Dios mismo salvando y liberando, no un pueblo haciendo su liberación a base de perspicacia y recursos hábilmente manejados.
Esto supuesto, es una pena que la idea de la contextualización haya sido tácitamente rechazada, sin apenas hacerle un juicio justo. La desaparición del contexto nos devolvió a tiempos anteriores al Vaticano II, prácticamente a la época de lo que Chenu llamaba “metafísica sagrada.” La teología dogmática y la enseñanza moral quedaron expuestas como construcciones inmensas y venerables de verdades interconectadas que apenas necesitan suceder para existir. Y esto es casi más lamentable que los exabruptos de muchos teólogos de la liberación.
La maravillosa objetividad de la verdad revelada, planteada a ultranza y en oposición a una teología en contexto, descuida varios hechos fundamentales:
1. La predicación apostólica no es “sabiduría humana.” Predicar no es sinónimo de convencer, aunque es verdad que la buena predicación es convincente.
2. El valor del testimonio. Cuando el edificio de la teología sólo usa los testimonios como afiches decorativos o ilustraciones suplementarias algo anda mal.
3. San Pablo dice que Dios “dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4,11-12). ¿Dónde están o qué espacio queda para los profetas?
4. Una Iglesia de rostro más cercano al Evangelio debería poder integrar muchas voces “menores,” y no sólo las de los más perspicaces o entendidos. En la lectura bíblica, por ejemplo, ¿cómo, con qué canales se oirá el eco de lo que el Espíritu Santo dice a los pequeños? Es un poco la idea de aquel “clásico” de la TL, Flor sin Defensa, de Carlos Mesters.
Hay entonces mucha tarea por delante. No es asunto tan sencillo como decir: “démosle importancia a los temas sociales.” Ello implica que el contexto siga siendo contexto y no un texto añadido que da razón del dolor o que explica la urgencia de hacer algo. De lo que se trata, en el fondo, es de un proceso largo y acaso doloroso de conversión comunitaria y de persistencia en buscar nuestro rostro en las aguas del Evangelio.
Teniendo en cuenta la lectura anterior, se puede decir que la teologia de la liberaciòn no es aplicable en el momento y que se sigue trabajando con la teologia dogmatica? o cual es la verdadera respuesta.
Mi opinión es que hay intuiciones fundamentales de la TL que no debemos perder, aunque, como proyecto con una metodologÃa social que dependÃa de un cierto “análisis de la realidad,” creo que no es viable.