Hay quienes piensan que Francisco y Jacinta fueron beatificados porque se les apareció la Virgen. La realidad es más compleja, y más interesante también.
Cuando vemos a este niño que dice: “Ya no puedo agacharme para adorar pero por lo menos me pongo de rodillas y adoro como el ángel nos enseñó,” un niño que se está muriendo, entendemos que la presencia de la Virgen fue un comienzo, un apoyo, una fuerza extraordinaria, pero ellos, lo mismo que nosotros y que todos, tuvieron que recorrer el camino duro de las tentaciones, la incomprensión, la soledad, el dolor, la búsqueda de fuerzas en la única fuente que no engaña: la oración.
Lucía fue torturada por la oposición de la mamá que la consideró mentirosa casi todo el tiempo y que se sentía avergonzada de ella. Para una niña los papás son todo o casi todo, pero ella, lo mismo que sus primos ya beatificados, perseveró porque sabía que mentir era negar una obra de Dios, y ellos no querían negar la obra de Dios.
Demos, pues gracias a Dios por sus misericordias y que la intercesión de estos santos niños, y de Lucía, nos otorguen generosidad y alegría en el servicio a Dios.
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