Dimensiones del problema
Esta es la semana de oración por la Unidad de los Cristianos. Tiempo, pues, para orar y para reflexionar, pues no podemos separar las súplicas de la conciencia de los errores, deficiencias y heridas por las que queremos suplicar.
Ante todo, es claro el escándalo. Jesucristo ligó la evangelización hacia el mundo con la unidad entre los creyentes, pues dijo: “que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste” (Jn 17,23). Nuestra desunión bloquea, aplaza, ensucia, entorpece la capacidad de creer de todos, y especialmente a los que se sienten o desean distantes de la Iglesia.
En segundo lugar, sabemos que no partimos de cero. Años de diálogos, estudios profundos en teología e historia, muchas semanas de oración, trabajos conjuntos a favor de pobres o discriminados: todo ello es un precedente que debemos sopesar, agradecer y conocer muy bien antes de hacer nuestro propio aporte.
En tercer lugar, son evidentes las diferencias que la cultura y la geografía marcan cuando hablamos de ecumenismo. No es lo mismo un diálogo teológico con un pastor luterano en Berlín que la respuesta que haya que dar a un mormón en las calles de Bogotá. No es igual el modo de predicar del tele-evangelista que vende prosperidad al estudio bíblico de un exégeta presbiteriano. En fin, no estamos igualmente lejos ni en circunstancias paralelas cuando se trata de distintos grupos y subgrupos. Se sabe que la primacía han de tenerla las llamadas “iglesias históricas” aunque también es sabido que su mismo robustez institucional hace menos previsible un cambio de fondo, algo así como las añoradas masas en retorno a la Iglesia Católica.
Precisamente, y en cuarto lugar, tampoco es claro si haya que desar un “simple” retorno a la Iglesia Católica como la conocemos. De eso habrá que continuar conversando.