La noticia eclesial de la semana fue, sin lugar a duda, aquello que publicaron con evidente gozo los medios españoles: “La Conferencia Episcopal aprueba el uso del preservativo.”
El énfasis desproporcionado con que la nota dio la vuelta la mundo muestra bien cuánto interés hay en que la Iglesia mude sus posiciones. Se supone que esta es una era postcristiana pero, aun así, cualquier cambio en la Iglesia parece importar mucho más de lo que debería atraer atención una “agonizante.” Mayormente la noticia iba acompañada de comentarios del orden esperado: “¡Ya era hora!”, “¡Mejor tarde que nunca!”, “No es mucho, ¡pero ya es un paso!”
De estas declaraciones uno entiende dos cosas: que la Iglesia sigue signficando más de lo que parece en la sociedad; en segundo lugar, que la única “evolución” que se ve como posible, probable y deseable en la Iglesia es que corra a ponerse a tono con las “conquistas” de la moral corriente en nuestro tiempo, basada esencialmente en el dúo incesante producir-consumir (“Fuera del Mercado no hay salvación,” pareciera ser el nuevo dogma).
Bueno, y si todo eso que digo ya se sabía y se sabe, ¿cómo es que un sacerdote de tan larga experiencia, como es de suponer que lo es el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, se deja envolver en un juego que sólo puede dejar balances de confusión, decepción y contradicción en contra de la Iglesia?
El mencionado padre, Juan Antonio Martínez Camino, creo que no podía tener mejores intenciones. Él mismo propuso una entrevista con la Ministra de Salud, Elena Salgado, a fin abordar el espinoso y doloroso tema de la propagación del SIDA de otra forma, eliminando tensiones y prejuicios, y favoreciendo encuentro y colaboración entre el Estado y la Iglesia.
Quizá, especulo yo, el propósito del jesuita Martínez Camino era algo como esto: “entre las actuales campañas anti-sida, que invitan a la promiscuidad para promover condones, y una campaña que ponga en primer lugar la abstinencia, luego la fidelidad y luego y sólo en tercer lugar el preservativo, mucho mejor estamos si el gobierno acepta lo segundo.” Para mover a la ministra en esta dirección, el Monseñor se armó de argumentos de los que el gobierno puede (y en cierto modo, debe) aceptar: la ciencia. Y en efecto, los científicos han mostrado bien que la estrategia del ABC (abstinencia, fidelidad, preservativos, por sus iniciales en inglés) es la única que disminuye significativamente la propagación de la pandemia. Todo sonaba lógico. He aquí a un sacerdote brillante y generoso que le va a decir al gobierno qué campaña debe usar en su lucha contra el SIDA.
Seamos bien pensados. Supongamos que el padrecito hubiera encontrado más oídos receptivos en la ministra y menos oídos impertinentes y chismosos en los periodistas. ¿Qué hubiera pasado? Pues algo maravilloso: tendríamos a un Estado de corte secularizado y casi anticlerical, el español, empujando en la misma o casi la misma dirección que la Iglesia. ¿Quién ganaba? Todos.
¿Qué falló, entonces? Pues que el Estado no estaba pidiendo consejo sobre cómo hacer sus campañas, de modo que lo que hubiera sido un avance, si lo acoge el Estado español, resultó pareciendo un retroceso, desde la postura de la Iglesia. La condescendencia de Martínez Camino, que debiera parecer una muestra de acercamiento a las políticas del ministerio de salud, se volvió contra la Iglesia con rostro de fragilidad, división interior y finalmente: predominio de la casta (ultra) conservadora.
¿Qué lecciones deja todo esto? Las resumo en tres:
1. No echéis perlas a los cerdos. No pretendamos enseñar a gobernar a quien no ha pedido consejo. Y si lo va a pedir, debe constar públicamente que así es.
2. Sencillos como palomas y sagaces como serpientes. O recordar lo que siempre dicen en las películas: todo lo que diga podrá ser usado en su contra.
3. Ante vosotros no quise saber nada, sino Cristo, y este Crucificado. Así habló Pablo a los Corintios. Es verdad que la Iglesia tiene mucho que enseñar a sus hijos, porque es Madre y Maestra, pero mientras no se trate de sus “hijos,” el principio que Newman llamaba de Economía implica que sólo conocemos a Cristo, y este Crucificado.