Cuando hay una autoridad que “fija” el sentido de las palabras uno se acostumbra a que existe una separación muy neta entre lo verdadero y lo falso. Tal es el caso del idioma español. El inglés, en cambio, ha evolucionado de otro modo: asimilaciones inadvertidas, términos de moda, construcciones incorrectas avaladas por gente que sirve de modelo a otros (la nobleza, por ejemplo), y sobre todo: el uso.
Según esto, comprendemos qué significa “argumentar” en inglés. Para nosotros hispanohablantes, es asunto de ver cuál postura es correcta y cuál no. Frente a una verdad claramente expuesta el discurso errado debe entregar sus armas. La realidad se impone por encima de las palabras. Eso se usa también en el inglés, por supuesto, pero sólo cuando se trata de cosas que pueden ser expuestas sin auxilio de palabras, como es el caso con los datos de los experimentos científicos. Frente a un experimento que muestra cuál es el tamaño del núcleo atómico en proporción con el tamaño del átomo como tal no valen palabras.
Sin embargo, y aquí está lo que estimo crucial, no todas las realidades pueden ponerse “ahí,” como sobre la mesa. En particular, el respeto a la intimidad y a la privacidad hacen que sea muy difícil para ellos hablar de creencias o de ética en términos tan objetivos como los de las ciencias naturales.
En un próximo artículo quiero compartir un ejemplo interesante de esto.