Moriremos sin terminar de entender y también sin terminar de agradecer el milagro de la vida.
Sé que la muerte se ha abalanzado sobre miles de personas y sin embargo eso implica que necesitamos valorar más y más la vida.
He podido jugar estos días con un pequeño amiguito, de dos años de edad: Jessé, sobrino de Martha C. Sus ojos se asombran con facilidad; cada día, cada hora aprende algo. Sus ojos: eso es lo que más me encanta del niño. Estábamos, por ejemplo, en una plaza de comidas, en el almacen EXITO. Jessé se queda mirando hacia arriba con genuino arrobo. Ha encontrado algo que no habíamos visto los adultos serios: una bomba inflada de helio, pegada al techo.
Los ojos de los niños pueden ver lo que no vemos. Yo creo que ven y comprenden cosas que a veces les enseñamos después que no existen, mientras afirmamos que uno sólo debe fiarse de lo que es sensible y tangible. Pero nuestro “sensible y tangible” es construido, de alguna manera. El mundo no es obvio. Nunca lo fue y mienten quienes dicen lo contrario.
Ojos de Jesús Niño: bendecidme.