Cuando éramos niños, era costumbre con mis hermanos llamar a este día 25 de diciembre “el día de que los Medina no tengan miedo.” Las razones seguramente provenían de nuestros juegos infantiles relacionados con las conquistas intergalácticas y las colosales guerras de héroes maravillosos.
El tiempo pasó, sin embargo, y el miedo nos visitó muchas veces. Hoy, precisamente hoy, pienso que necesitamos volver, desde una nueva óptica, a aquello de “no tener miedo.”
Los miedos de los niños tienen que ver con atreverse a asumir riesgos que son muchas veces inútiles. Nuestros miedos de adultos tienen que ver con los límites que experimentamos en razon de la salud, los afectos, el trabajo, el dinero, la estabilidad social y política. ¡Cómo suenan hoy de profundas las palabras de Cristo cuando dice: “No tengáis miedo; soy yo”!
Especialmente son esas las palabras que hoy medito frente al pesebre. Ese Niño, que tenía todo por temer desde su condición de pobreza, exclusión y adversidad, se me antoja que es la razón profunda para que ni los Medina ni nadie en esta tierra tenga miedo. El Niño Dios es nuestra paz y nuestra victoria.