Para No Retroceder
Obviamente, yo no postulo ningún retroceso en las ciencias bíblicas, ni me considero un biblista. Pero tampoco soy tonto ni creo que todos tengamos que plegarnos ante los títulos y elogios mutuos tan propios del mundo académico, que algo conozco.
Mi punto es que hay un riesgo real en hacer tanto homenaje al racionalismo progresista sobre todo cuando vemos que el procedimiento seguido es contestable desde sus propios presupuestos. ¿Cómo sabemos, en efecto, que nuestros esquemas de estudio son algo más allá de los elementos comunes que encontramos o seleccionamos?
Sin embargo, nuestra actitud cautelosa no nos hace ciegos a dos cosas. Primera, que ha habido un colosal avance en los estudios bíblicos, y que ese avance no se hubiera dado sin conceptos como “fuente”, “género literario”, “crítica textual”, “historia redaccional”, “forma” y muchos otros.
En segundo lugar, consecuencia de lo dicho: una posición genuinamente católica no puede prescindir de décadas de estudios para ir a refugiarse en terrenos supuestamente más “seguros,” a saber, los de las nociones ingenuas: la revelación como un “dictado,” la Biblia como criterio de verdad inmediato para todo conocimiento humano, etc.
En realidad, la respuesta a una lectura “crítica” de los textos bíblicos no puede ir por los carriles del dogmatismo, la ingenuidad o el simple ejercicio de autoridad magisterial. El camino, pienso, es ser razonablemente críticos con la misma crítica. Admitir por ejemplo, que existen “formas” pero no creer que todo lo que nosotros ponemos en esa categoría, que en el fondo tiene mucho de hipótesis y herramienta nuestra, tiene que estar ahí y tiene que estar determinando el sentido del texto inspirado.
Obrar de otro modo sería jugar a darle autoridad de Escritura a nuestro sentido común o consenso académico, en contra de lo dicho por el apóstol Pablo: “cuando recibisteis la palabra de Dios, que oísteis de nosotros, la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios” (1 Tes 2,13).