Cómo se llega a una “forma”
Es hora de volver a la noción de forma porque hay algo inquietante en la manera como se quiere razonar en este tema. La pregunta es qué tanto en las “formas” es algo que descubrimos en los datos y qué tanto es algo que imponemos sobre los mismos datos.
Yo resumo lo sucedido así:
1. A partir del universo de datos tomamos una porción que corresponde a aquellos con ciertos elementos comunes;
2. Esos elementos comunes los llamamos una “estructura estereotipada;” a partir de este momento, se supone que tal estructura tiene vida propia, en el sentido de imponerse sobre la intención de los autores. Estos, al usar una forma, quedan obligados a seguir las instrucciones que tal forma prescribe.
3. Nuestra tarea, según ello, es descubrir la forma literaria subyacente para saber a qué hacía caso el autor sagrado.
4. Una vez descubierta, la forma o esquema pasa a convertirse en la clave de comprensión de la relación entre el texto y la realidad más allá del texto porque se da por hecho que los textos no están gobernados por eventos acaecidos sino por leyes propias de las formas estereotipadas.
Es decir, vamos de los elementos comunes al esquema para luego juzgar desde ese esquema los mismos elementos.
Es clara la fragilidad de este modo de proceder: si selecciono un rango menor o mayor de datos, entonces redefino el esquema y luego leo desde él de modo distinto los datos. Aún más: escogiendo apropiadamente los datos puedo generar casi cualquier esquema que luego justifique cómo leo los datos que yo mismo seleccioné. Tenemos un procedimiento para cambiar con inmensa libertad el sentido de los textos. O lo que es lo mismo: un procedimiento para no leer los textos.
Tal ha sido de hecho la evolución de la lectura progresista-liberal de la Biblia; entendemos ahora que sus conclusiones lleven prácticamente a cualquier parte.
Veamos un ejemplo clásico. Si alguien no cree en los ángeles como seres personales y quiere que dejemos de creer en ellos, puede intentar este procedimiento:
1. Toma textos con mensajes que vienen de Dios; luego textos que aparecen como dados a través de ángeles y luego textos, como el del libro de los Jueces, en que se alterna la expresión “Yahvé dijo? ” con “el ángel de Yahvé dijo?”
2. Acto seguido, se añade una comparación con las culturas geográfica o cronológicamente próximas al pueblo de Dios. Se ve que la “forma” o “recurso literario” es propio de ese tiempo y de las limitaciones precientíficas de aquellas gentes en su conjunto.
3. Finalmente, con algunos gracejos y anotaciones eruditas se muestra cuán innecesario resulta hoy y cuán ridículo sería creer que haya ángeles.
Sin embargo, tal procedimiento puede ser contestado. El argumento central es que el ángel es un modo de hablar de Dios y de su acción o palabra. Tal argumento, si se aplicara a los profetas, conduciría a que no existen profetas sino que son un modo de expresar que Dios dijo algo.
Miremos solamente estos dos textos:
“Entonces el ángel del Señor extendió la punta de la vara que estaba en su mano y tocó la carne y el pan sin levadura; y subió fuego de la roca que consumió la carne y el pan sin levadura. Y el ángel del Señor desapareció de su vista. Al ver Gedeón que era el ángel del Señor, dijo: ¡Ay de mí, Señor Dios! Porque ahora he visto al ángel del Señor cara a cara. Y el Señor le dijo: La paz sea contigo, no temas; no morirás” (Jue 6,21-23).
Es el pasaje típico para “demostrar” que no hay ángeles con existencia propia. Compárese con:
“Antiguamente en Israel, cuando uno iba a consultar a Dios, decía: Venid, vamos al vidente; porque al que hoy se le llama profeta, antes se le llamaba vidente. Entonces Saúl dijo a su criado: Bien dicho; anda, vamos. Y fueron a la ciudad donde estaba el hombre de Dios” (1 Sam 9,9-10).
Según el razonamiento antedicho, la conclusión es: cuando buscaban a Dios, decían que iban donde el vidente, luego no hay tales videntes; sólo existe Dios.
En realidad, para ambos casos hay un modo distinto de presentar las cosas. Estamos en el contexto de una cultura que atiende poco a las diferencias entre causas primeras y segundas. Si alguien dice algo de parte de Dios es equivalente a que lo dijo Dios, ya se trate de ángeles o de hombres.