Noveno Error: Querer resolver los problemas con manuales, cánones y rúbricas
Crecer duele. Superar malos entendidos cuesta. Sanar heridas toma tiempo. Deshacer prejuicios demanda caridad, paciencia y mucha sabiduría.
Para pasar de lo que hoy somos a lo que queremos un día ser como Iglesia hay que crecer, sanar, iluminar muchas cosas. Necesitamos ser más humildes, orantes, descomplicados, desprendidos de cosas, oficios, títulos y afectos particulares. Para eso requerimos de corazones nuevos, no simplemente de leyes claras, textos bien argumentados, ceremonias impecables.
Es importante, es muy importante, contar con adecuados manuales para la formación de los sacerdotes. Pero todo sacerdote tendrá que aprender que más allá del manual es Cristo vivo quien reclama toda su generosidad, su tiempo y su amor. El manual como tal es una bendición y es un instrumento maravilloso pero fiarnos demasiado de los textos es retirarnos del único apoyo que de veras puede sostenernos, es decir, la unión viva con el único que es cimiento, Cristo Jesús.
Tema distinto son los cánones. Para mí no hay discusión en cuanto a que la Iglesia requiere de un código de cánones o de derecho canónico. Tuve la fortuna de contar con buenos profesores de Derecho que me enseñaron no sólo a ver la necesidad práctica de las normas (cosa que es cierta en todo grupo humano) sino a valorar y aprovechar el modo de redacción del actual Código, que en muchos aspectos es casi un libro de meditación, de teología y de vida espiritual.
El problema, una vez más, es acudir temprana o excesivamente a la ley. Hay quienes quieren solucionar las confusiones teológicas con tandas de excomuniones que amedrenten al resto. Es bueno preguntarse cuánta responsabilidad tiene la Iglesia como tal cuando uno de sus hijos asume el camino de la herejía. Hay casos de sacerdotes que sólo tienen una conversación larga con su obispo cuando llega el tema de si van a ser suspendidos, reducidos a estado laical o penalizados. En tales casos un proceso canónico puede salvar el honor de la Iglesia pero no salvará a la Iglesia misma. Es verdad que los juicios y penas tienen su razón de ser, pero ¿qué ha sucedido para que se llegue a ese punto? No deberíamos esquivar nunca esa pregunta.
Y en cuanto a las rúbricas, cabe una anotación que tiene su parecido con lo ya dicho. Bien está que la liturgia recoja el caudal de vida y de hondos contenidos que viene de una historia tan venerable como la que tiene nuestra Iglesia Católica, pero ¿por qué suponer que esa historia ha quedado ya terminada?
De acuerdo: hay que vencer la plaga de caprichos y de creatividad liviana inspirada más en modas y en humanismos de última hora que en otras cosas. Pero entre la excentricidad sicodélica y las rúbricas inamovibles, ¿no falta un punto medio?
Hacer del canon, el manual o la rúbrica un estandarte o una estrategia de gobierno paga dividendos, quizá, pero sólo en el plazo inmediato. Para todo lo demás, que es casi todo, necesitamos mucho más.