Séptimo Error: Poner las esperanzas en el diálogo interreligioso, el movimiento ecuménico o las causas sociales compartidas
Una tendencia muy propia de la Izquierda política ha sido la de fortalecer a los grupos más pequeños asociándolos entre sí. Gracias a este procedimiento, las minorías étnicas resultan haciendo bloque con partidarios de la ecología, colectivos homosexuales y grupos en contra de la guerra, por dar un ejemplo. El efecto esperado es que, lo que ninguno de ellos hubiera podido conseguir por sí solo, lo puedan conseguir sumando los votos de todos. El candidato que así resulte elegido se supone que queda obligado a seguir escrupulosamente una agenda que vaya dando su parte a cada uno de los pequeños grupos que le dieron la victoria.
A medida que la Iglesia Católica desaparece de la gran escena pública y se convierte de hecho en una minoría cultural y demográfica, no han faltado quienes aseguren que ha llegado la hora de empezar a hacer las alianzas políticas del caso. Según ellos, la Iglesia debería estar en la primera línea cuando se convoca el Foro Mundial Social, o cuando se habla de catástrofes ecológicas. Algunos van más lejos y quieren que sea la Iglesia quien luche en primer lugar contra las discriminaciones que sufren los homosexuales. Todo esto no carece de lógica, pues la Izquierda siempre tiene el recurso de ver en Jesús a uno que no se alió con el poder sino que se puso de parte de los excluidos de la sociedad judía de su tiempo: los publicanos, los samaritanos, las prostitutas, incluso los niños.
Detrás de estas propuestas de tipo pragmático hay una mentalidad esencialmente democrática y una pretensión esencialmente política. La mentalidad se resume en: “necesitamos ser mayoría porque en la sociedad se hace lo que diga la mayoría;” la pretensión se resume en: “una vez conquistado el poder podemos hacer avanzar nuestras propias agendas.”
Así puestas las cosas, es evidente que estamos con un enfoque esencialmente ajeno, si no contrario, a la Sagrada Escritura. Es verdad que Cristo critica el abuso del poder, y en eso se parece a la Izquierda, pero ¿dónde están sus alianzas estratégicas para desbancar a los dominadores romanos o a la casta saducea? ¿Y en qué textos respaldaremos eso de que hay que lograr el poder para cambiar la sociedad?
Eso de “salvar” a la Iglesia uniéndola con otros es sencillamente un desconocimiento de la naturaleza misma de la Iglesia. Además, como lo demuestra el ejemplo de las alianzas político-nupciales de Salomón (1 Re 11,1-4), los pactos con los intereses de esta tierra se pagan a precios demasiado altos. Una Iglesia repleta de amigos a los que no puede predicar con libertad su mensaje de conversión ¿tendrá algo que ver con la vida y el mensaje de Jesucristo?
Para ser justos, hay que notar que este no es un cuadro que haya venido a la Historia sólo por obra de la Izquierda. Muy de Derechas han sido tantos capellanes de reyes y emperadores, comprometidos hasta los huesos en defender imperios y ejércitos, ávidos de poder y de influencia en las altas cortes. Así que más que un asunto de ubicación política es un asunto de pureza de la fe y de asegurarse de tener un solo Señor.
De hecho, hoy se dan muchas versiones del tema que venimos hablando. Según una de ellas, la de Hans Küng, tendríamos que unirnos a las demás religiones en una reflexión compartida que engendre una Ética Mundial, una especie de mínimo común denominador que debería ser aplicable y exigible en todo el planeta. Según otra versión, lo primero es avanzar en el ecumenismo, silenciando en la práctica las diferencias menores que nos dividen a los cristianos. Según otra, debemos subirnos a la onda de “espiritualidad” que invade a la sociedad actual en forma de gnosticismo y Nueva Era, así esa espiritualidad empiece por negar el papel único y central de Jesucristo.
Lo que tienen en común estas y otras versiones (buen ejemplo de ellas se encontrará en la Asociación de Teólogos Juan XXIII, de España) es la convicción de que la Iglesia no logrará su propósito si no tiene relevancia social; y no la tendrá si no “hace bulto” junto a otros. La esperanza de ellos es que, cuando se logre la deseada relevancia, eso que sea norma para las masas tendrá todavía sabor de Evangelio.
Pienso que tal perspectiva entraña un error que podemos y debemos evitar. La Nueva Evangelización no excluye, por supuesto, que la Iglesia apoye que lo que otros apoyan, por ejemplo en causas como la ecología o el esfuerzo por detener la escalada armamentista, pero no deberíamos presumir que oponerse a las mismas cosas es sinónimo de estar del mismo lado. Esta diferencia debería quedar muy clara cada vez que parece que la Iglesia hace suya una causa.
De nuevo: ser cristiano no es asunto de perseguir a las mayorías preexistentes para reclamarlas como nuestras. Si un día volvemos a ser mayoría, con todas las ambigüedades y preguntas que eso también traerá, hemos de ganarlo a pulso, con la fuerza de un mensaje que sólo se pliega ante Dios y que no reconoce más alianzas que la Nueva y Eterna Alianza en la Sangre de Cristo.