Quinto Error: Disparar anatemas contra todos (2ª Parte)
Supongamos que ponemos como norma que los creyentes digan que “Cristo es Dios.” Eso nos tranquiliza, por lo menos parcialmente. Nos hace sentir que no van a caer en herejía; pero en realidad hay algo de ilusorio en esa tranquilidad. Decir que “Cristo es Dios” salva sólo de UNA herejía, la de decir que Cristo no es Dios. Y la lista de las herejías es infinita porque la fe puede ser expuesta y ahondada sin límites.
Lo que quiero decir es que la tranquilidad no puede venir de los errores que cazamos. El principio de unidad de la fe no viene desde fuera, en el catálogo de errores, sino desde dentro en la acción del Espíritu Santo en el creyente. El catálogo de errores es necesario pero la paz y la unidad de la Iglesia no vendrán de él. Y si un pastor no puede identificar la integridad de la fe sino por sus signos exteriores se está quedando a mitad de camino, o tal vez menos.
El signo exterior, la profesión o símbolo de la fe, es algo requerido pero absolutamente insuficiente. Y ahí está el punto: cuando sólo hay eso, cuando el único recurso del Magisterio o del Obispo es requerir actos propios del fuero externo, estamos renunciando a una parte sustancial de la Nueva Alianza; de algún modo estamos dando la espalda al Nuevo Testamento.
Una Iglesia a la defensiva es una Iglesia que trata de atenerse a lo que le parece seguro y que se aferra con visible apuro a lo exterior de unas tesis para las que reclama asentimiento. Lo cual es mucho mejor que dejar entrar a las herejías (o por lo menos: a las herejías ya identificadas) pero es evidente que, como solución, no llega a tender puentes reales con el lugar donde sucede o se pierde el milagro de la fe, es decir, con el corazón humano.
Además, aunque una Iglesia repleta de anatemas y de excomuniones puede frenar muchos errores, y en ello hace bien, también crea un ambiente enrarecido que termina ahogando a los que quiere salvar. Es claro que en ciertas circunstancias hay que denunciar al error, con anatema, si es preciso; es claro también que en ciertos casos de contumacia hay que señalar a los maestros del error; pero debería estar mucho más claro que esas intervenciones drásticas, si se vuelven un estilo de gobierno, traen una cantidad temible de efectos colaterales, que incluyen el freno a la investigación teológica y sobre todo la entrada rampante del estilo político palaciego: intrigas, denuncias, espías. Esto no es ciencia ficción; es lo que ya han vivido cristianos reales en el siglo XX.